Yuval Noah Harari se ha convertido en una especie de Rolling Stone del mundillo intelectual. Todos quieren leerlo, asistir a debates en los que participa o presumir de instantánea a su lado. Un historiador israelí que en 2011 publicó -en hebreo- una particular revisión de la historia evolutiva de la humanidad y que se ha traducido a decenas de idiomas, vendiendo hasta la fecha más de doce millones de ejemplares de su libro Sapiens. Ridley Scott prepara una serie televisiva basada en el libro y un sinfín de personalidades relevantes, desde Bill Gates a Barack Obama, aplauden sus opiniones sobre la especie humana. Con estos antecedentes y consolidado pues como un “influencer” del mundo intelectual, vuelve a la palestra con un libro esperadísimo en el que sigue incidiendo en muchos de los debates que planteaba en Homo Deus -obra que siguió a Sapiens- sobre el porvenir de nuestra especie.
Los asuntos sobre los que reflexiona y expone argumentos para el debate -articulados alrededor de 21 grandes temas-, tienen como objetivo hacer una balance del estado actual de la humanidad y el futuro al que se encamina en base al vertiginoso salto tecnológico que estamos dando en los últimos años. Harari contextualiza preocupaciones actuales como el fenómeno “fake news” o las consecuencias que está teniendo en el mundo que EEUU aplique un nacionalismo patriótico exacerbado bajo la presidencia de Donald Trump, enmarcándolas en el contexto de siglos de evolución biológica, como si una continuación del relato de Sapiens se tratara. Esto le sirve para dar enfoque y escenario al lector; por mal que se pinte a Trump no tiene nada que ver con Hitler o con personajes que históricamente fueron realmente dañinos para la especie. Harari siempre procura tratar los acontecimientos en la longitud temporal de la evolución de la especie, lo que otorga perspectiva y les resta dramatismo, pues se relativiza la importancia de los hechos cuando se miren en una trayectoria de decenas de miles de años. A partir de ahí, monta los 21 debates que, en su opinión, deberíamos abordar como especie para evitar nuestra debacle.
En realidad, muchos de los temas tratados en Sapiens y en Homo Deus emergen una y otra vez de manera más o menos reconocible. La religión puede ser mala, pero tiene sus usos. El nacionalismo puede ser malo, pero tiene sus usos. El liberalismo es bueno, pero produce desigualdad. La China de hace cinco siglos era un dragón enorme pero lento, la de ahora es un dragón extraordinario pero que está despertando y se siente imparable. Tiene, por tanto, el cuidado por ser lo más objetivo posible. Hay que reconocerle que introduce el cambio climático como uno de los grandes ejes a la hora de predecir el colapso evolutivo si seguimos destruyendo el medio ambiente, algo por lo que en Homo Deus pasó de puntillas.
Pero a pesar de su atrevida propuesta reflexiva, tengo sentimientos encontrados. Por momentos resulta repetitivo (se copia así mismo) y aburrido. Sí, aburrido, por sacrílego que resulte achacárselo a un texto de Harari. Son muchas veces las que la tentación de dejar el libro te invade, pero entonces Harari escribe un párrafo o dos en los que invita tu mente a expandirse y a funcionar, y continuas unas páginas más hasta descubrir frustado que divaga sin cortarse un pelo. En su especial insistencia a la hora de predecir el negro futuro que nos depara el desarrollo incontrolado de la Inteligencia Artificial, la alargada sombra exitosa del autor de Sapiens se empequeñece y adopta el mismo tamaño que la de tantos del montón. Ha dejado de ser Messi – o Cristiano Ronaldo o Michael Jordan, cada uno que use el ídolo deportivo que prefiera para el símil- para convertirse en un pelotero de segunda división, de tercera por momentos.
Para el lector que no haya leído Sapiens ni Homo Deus, una buena noticia: encontrará temas interesantes, varios asuntos sobre los que reflexionar en profundidad y destellos de nivel en el autor, por lo que cuando lea Sapiens lo gozará muchísimo más. Para el lector que lo sigue, un fiasco importante. Probablemente Harari es consciente de que por mucho que hayamos evolucionado nuestro cerebro desde el tiempo del Homo Sapiens, nadie sabe de todo. Sobre si lo piensa de sí mismo -le daremos el beneficio de la duda y que simplemente está aprovechando la cresta de la ola para llenarse los bolsillos y alimentar el ego- lo sabremos si en un futuro cercano se convierte en un gurú televisivo y radiofónico que se sienta en cualquier mesa que le pida opinión de todo. Y él la de, como si supiera.
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