Después de su revolucionario Sapiens, Yuval Harari continua su espléndida narrativa sobre el destino de la humanidad con Homo Deus. En Sapiens ofrece una visión espectacular de cómo hemos evolucionado hasta nuestros días, empleando una impactante y adictiva manera de presentar datos contrastados con hipótesis razonadas e inteligentes. Con Homo Deus se atreve a prejuiciar lo que está por venir, usando todos los argumentos que asentó en Sapiens para combinarlos con los avances tecnológicos y científicos actuales y profetizar cuál es el siguiente escalón evolutivo. Fiel al estilo desbordante desplegado en Sapiens, se aventura a construir hipótesis bajo esa aparente -y sorprendente- habilidad que tiene de observar el mundo y la historia sin condicionantes, despojado de toda la influencia que podría tener por la información acumulada por siglos de historia, usándola para argumentar y no necesariamente para seguirla. 

En el corazón del libro una idea simple pero escalofriante: la transformación de la naturaleza humana porque la inteligencia se desacoplará de la consciencia. Sus permanentes interrogantes sobre ¿Qué es un ser humano? y ¿Qué significan las religiones para nosotros? balancean continuamente sobre lo que para el autor será el siguiente escalón evolutivo, la simbiosis entre máquina y biología humana. El big data arrinconará la consciencia.Estamos construyendo vastas redes de procesamiento de datos que pueden conocer nuestros sentimientos mejor de lo que nosotros mismos conocemos: eso, al fin y al cabo es inteligencia. Predecimos tormentas, las máquinas saben qué música o películas nos gustan,  nos proponen escapadas y restaurantes, saben qué tipo de compras  hacemos y cuando somos proclives a consumir, qué leo o donde vamos de vacaciones. Google – el motor de búsqueda, no la empresa – no tiene creencias y deseos propios. No importa lo que buscamos y no se sentirá herido por nuestras acciones. Pero puede procesar nuestro comportamiento para saber lo que queremos antes de que lo sepamos nosotros mismos. Ese hecho tiene el potencial de cambiar lo que significa ser humano.

La evidencia de nuestro poder está en todas partes: no sólo hemos conquistado la naturaleza, sino que también hemos comenzado a derrotar a los peores enemigos de la humanidad. La guerra es cada vez más obsoleta si miramos al pasado y analizamos como se han desarrollado a lo largo de la historia, las hambrunas, aunque existen, son más raras, y casi todas las enfermedades -que lastraron durante siglos la esperanza de vida de las personas- están arrinconadas. Hemos logrado estos triunfos construyendo redes cada vez más complejas que tratan a los seres humanos como unidades de información. La ciencia evolutiva nos enseña que, en cierto sentido, no somos más que máquinas de procesamiento de datos: también nosotros somos algoritmos. Mediante la manipulación de los datos podemos ejercer dominio sobre nuestro destino. El problema es que otros algoritmos, los que hemos construido, pueden hacerlo mucho más eficientemente de lo que podemos. Estamos en el comienzo de este proceso de transformación impulsada por datos y para el autor hay poco que podemos hacer para detenerlo. Homo Deus es un libro que nos dice «fin de  la historia», pero no en el sentido de que lo que hemos sido evocativamente ha llegado a un punto y seguido. Las cosas se están moviendo tan rápido que es imposible imaginar lo que el futuro deparará. En 1850 era posible pensar de manera significativa en lo que sería el mundo cien años después y en cómo podríamos encajar. Eso es historia: una secuencia de eventos en los que los seres humanos juegan la parte principal. Pero el mundo de 2100 es en la actualidad casi inimaginable. No tenemos idea de dónde vamos a encajar, si es que lo hacemos. Podemos estar construyendo un mundo que no tiene lugar para nosotros.

Casualmente he visto hace unos días la película Ex-Machina –2015-, cuyo argumento tiene mucho paralelismo con las cuestiones que aborda Hatari sobre el desacoplamiento de la inteligencia y la consciencia. La película se basa en el Test de Turing. Este test nos plantea si la inteligencia artificial puede mostrar un pensamiento indistinguible al de un ser humano, es decir, si una máquina adecuadamente programada puede imitar el pensamiento humano hasta tal punto que no se pueda diferenciar. Para ello, el protagonista masculino se enfrenta a una variante de la prueba compartiendo su tiempo con una máquina de aspecto humano y femenino. Con el transcurrir de los días el humano no ve a la máquina como tal, sino a un ser inteligente como él y capaz de desarrollar emociones y sentimientos. Los robots no se enamoran unos de otros, aunque no significa que nosotros no vayamos a ser capaces de enamorarnos de ellos. Cuando Harari habla de «desacoplamiento» lo hace recordando que los seres humanos son la fuente tanto de significado como de poder, pero estamos cimentando un mundo donde los seres humanos estaremos en la misma situación que el resto de animales, expuestos por tanto a sufrir a manos de los poseedores de las máquinas con inteligencia artificial que nosotros mismos estamos creando. ¿Terminaremos siendo tratados como el ganado que hoy en día criamos, hacinamos y sacrificamos?

Aunque es un libro muy inteligente, lleno de perspicacia aguda y exhibe un ingenio mordaz, no consigue mantener la misma atención con la que atrapa en Sapiens, quizás porque también el efecto adictivo que produce la narrativa de Harari ha perdido el factor sorpresa. Peca de dar demasiadas vueltas a lo mismo, en el fondo de meter algo de paja en varios pasajes del mismo. Sobre todo tiene que ver con el hecho de ser un texto con más aroma a profecía que a pronóstico. Aunque los argumentos están expuestos y desarrollados con aparente consistencia,  no dejan de estar lastrados por el propio desconocimiento de lo que realmente está por venir, la impredecibilidad de los hechos pendientes de suceder y del futuro en definitiva. Además no debemos perder de vista de lo capaces que somos como especie de arruinarlo todo, incluso antes de llegar a desarrollar completamente máquinas que nos terminen dominando. Tipos como Donald Trump o el norcoreano Kim Jong Un pueden encargarse perfectamente con sus maletines nucleares.