Bill Gates nos ha cambiado la vida a través de su software de Microsoft, ha mejorado innumerables vidas a través del trabajo de su fundación para eliminar la poliomielitis, la tuberculosis y la malaria, y ahora propone ayudar a salvar nuestras vidas combatiendo el cambio climático. Cómo evitar un desastre climático detalla la transformación necesaria, a juicio de Gates, para revertir los efectos de décadas de prácticas catastróficas. Eso sí, Gates procura dejar claro que escribe el libro sin ser un especialista en la materia, pero sabiendo que es alguien que ha procurado documentarse concienzudamente, con el aval (eso no lo dice, no es tan egocéntrico) de poseer un intelecto suficientemente elevado para que el lector asuma que hay rigor en sus argumentos y que no proceden de un tertuliano televisivo/radiofónico «sabelotodo» que opina a partir de 3 o 4 ideas que se ha preparado sobre la marcha. Gates calcula que es necesario eliminar 51.000 millones de toneladas de gases de efecto invernadero de la atmósfera cada año. No hacerlo costaría más de los 1,5 millones de vidas que ya se han perdido por la covid-19 y podría causar, calcula, cinco veces más muertes que la gripe española de hace un siglo.
Como buen tecnólogo, no puede evitar basarse en su propia hoja de cálculo para saber qué objetivos cuantitativos necesitamos fijar para lograrlo y deshacerse de esos 51 mil millones de toneladas de gases de efecto invernadero y lograr emisiones netas de carbono cero para 2050. Tendríamos que usar más energías renovables y menos combustibles fósiles (lo que representaría aproximadamente el 27% de la reducción en emisiones) y cambiar la forma en que fabricamos nuestros productos (31 %), cultivamos nuestros alimentos (18 %), viajamos (16 %) y mantenemos nuestros edificios calientes o frescos (6 %).Gates procura transmitir sensación de urgencia en la toma de medidas por la magnitud del problema. Las emisiones globales de carbono son ahora un 65 % más altas que en 1990 lo que ha llevado a que nos familiaricemos con el término «calentamiento global», aunque Gates usa para explicarlo historias de viticultores que elaboran champán inglés e incluso escocés, pero que realmente no explican adecuadamente la intensidad de las tormentas, huracanes, inundaciones y severas sequías que están poniendo a nuestro planeta en camino de alcanzar temperaturas no vistas en millones de años. Tampoco se detiene en analizar la problemática del sistema de mercado y consumismo actual, base del problema, y que la necesidad de una acción colectiva es la tarea más titánica a la que se enfrenta el ser humano. En este punto cabría preguntarse por qué cuando lo que hay que hacer parece obvio, hemos tardado tanto en actuar y por qué cuando es más rentable para las economías avanzadas financiar el costo total de mitigar la polución y la adaptación en los países más pobres no se hace sabiendo que a cambio sufriremos décadas de contaminación cada vez peor porque esos países quieren incorporarse, lógicamente, al mismo nivel de vida moderna que el resto, en definitiva, por qué el mundo no logró unirse todavía en esta tarea.
Gates es lo suficientemente modesto como para decir que no tiene una solución para la política del cambio climático, pero sabe que la solución que busca está indisolublemente ligada a las decisiones políticas. La evidencia científica aparentemente incontestable puede ser torpedeada por poderosos intereses creados, marginada por la indiferencia burocrática o socavada por líderes políticos débiles e incompetentes que asumen compromisos que no cumplen. O pueden ser saboteados por rivalidades geopolíticas o simplemente por naciones que se aferran a puntos de vista anticuados y absolutistas de la soberanía nacional. El verdadero éxito vendrá cuando asumamos que el poder que los países pueden ejercer para crear un mundo mejor no es el poder que pueden ejercer sobre los demás, sino el poder que pueden ejercer con los demás.
El estilo del libro es ameno, de fácil lectura, alejado de cualquier ideología y repleto de datos. Su autor confiesa que lo ha escrito con la esperanza de fomentar la discusión y motivar a la acción. Reconoce que hay mucha confusión sobre estos temas y reclama debatir de modo constructivo, reflexionando sobre “planes realistas y concretos para alcanzar la meta de cero emisiones”, porque mientras nos ponemos de acuerdo políticamente advierte machaconamente que la solución al problema se conseguirá cuando consigamos la emisión cero de gases con efecto invernadero, porque son los que aumentan la temperatura de la atmósfera. Emplea una analogía especialmente iluminadora: el clima es como una bañera que se llena poco a poco de agua. Incluso si reducimos el chorro a un hilillo, el agua acabará por rebasar el borde y derramarse. Ese es el desastre que tenemos que evitar. Imponernos el objetivo de reducir nuestras emisiones –pero no eliminarlas– no bastará. El único objetivo sensato es alcanzar el cero. Esa es la tarea.
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