La historia del siglo XX quedó marcada por las dos guerras mundiales, así como las cuatro décadas de guerra fría con la amenaza nuclear entre los dos bloques antagonistas. El final de la guerra fría, simbolizada en la caída del Muro de Berlín,  trajo al mundo una liberación que, entre otras cosas, comenzó a destapar narraciones sobre la historia que habían estado enterradas por el dominio de los conflictos anteriores, de manera que identidades olvidadas y odios ancestrales emergieron para dar cabida a nacionalismos reivindicativos de todo tipo. El historiador británico Eric Hobsbawn decía que «el nacionalismo es moderno pero se inventa una historia y unas tradiciones propias». La guerra de los Balcanes, el perenne conflicto en Oriente Medio o la irrupción del islamismo más radical reclamando una vuelta al Califato de Al Andalus, son algunos de los ejemplos que sirven a la escritoria Margaret MacMillan para escribir sobre los abusos que el ser humano hace de su historia pasada para distorsionarla con fines interesados. Pocos países actuales se libran de que algunos de sus dirigentes hayan fabricado un pasado a medida, porque  las historias que alimentaron y alimentan los nacionalismos se basan en algo que ya existe, pero inventando hechos que se ajusten a sus pretensiones. A menudo contienen algo que es verdadero, pero lo distorsionan para tratar de confirmar la existencia de la nación a lo largo del tiempo, creando símbolos que no se sustentan sobre los hechos que realmente ocurrieron. MacMillan, de nacionalidad canadiense, reconoce que ser ciudadana de un país joven y liberal le ha infundido de un optimismo sobre la visión de las cosas que ni de lejos hubiera podido tener de haber crecido en Afganistán o en Somalia. Aún así, ese optimismo apenas asoma en este Usos y abusos de la historia, porque después de su lectura se puede ser de todo menos optimista con respecto a la manera en la que solemos tratar la historia de nuestro pasado.

El libro de MacMillan es excepcionalmente convincente a la hora de demostrar, con ejemplos y datos objetivos, cómo la identidad nacional se construye demasiadas veces tergiversando la historia; sin ir más lejos, en pleno corazón de Europa, España vive actualmente un proceso de intento de independentismo en Cataluña en el que sus ideólogos cumplen casi a rajatabla «el manual» de abusos de los que MacMillan habla en su libro -escrito varios años antes-, inventando una historia que nada tiene que ver con el pasado real con el fin de construir una identidad nacional. Es por eso, que en un momento en que la historia parece estar volviéndose altamente comercializable, hay que agradecer que alguien con voz autorizada en materia histórica, como MacMillan, señale que muchos nacionalismos hunden sus raíces en el mito en lugar de en la realidad. Esto nos lleva al punto básico que defiende y que cualquier persona interesada en la historia suscribirá: que la historia es fundamentalmente la búsqueda de la verdad.

Es esta búsqueda la que pone a los historiadores en desacuerdo con todos aquellos que tienen un motivo para «confeccionar» el pasado. Después de la guerra civil estadounidense, por ejemplo, los libros de historia utilizados en las escuelas de los estados del sur no mencionaron la esclavitud como modo de vida y pasarían algunas décadas antes de que lo hicieran. Incluso en un país como China, que trata de vender la imagen de que se está reformando, prohibe y penaliza cualquier mención crítica de Mao o del Partido Comunista. A veces, la distorsión de la historia se hace incluso para edulcorarla o para contentar a diferentes herederos de la misma. Así en Canadá, país de la autora, hubo una gran disputa porque en la celebración de un memorial de las autoridades a los veteranos de la II Guerra Mundial, el mensaje inicial previsto parecía restarle importancia al sacrificio de los canadienses, simplemente porque relataba objetivamente los hechos en los que intervinieron sin cargarlo con una retórica heroica y convencional. Finalmente, ante las protestas de estos, hubo que llegar a un compromiso que ensalzara los hechos, confeccionando una revisión distorsionada y «mejorada» de la historia. Está claro que cuando los gobiernos tienen en sus manos el pasado, corre el riesgo de ser manipulado.

Un libro que se centra fundamentalmente en el mal uso de la historia, más que en la reivindicación del uso legítimo de la misma. Se agradece que MacMillan vaya al grano, puesto que en ningún momento cae en la tentación de extenderse en los ejemplos de los que se vale para explicar cómo se produjeron los abusos y por qué, simplemente los relata con rigor y resume las consecuencias de los mismos. Acierta pues, construyendo un libro corto pero contundente y muy ilustrativo a la hora de demostrar cómo nos hacemos trampas a nosotros mismos cuando nos interesa reescribir  los hechos que realizaron nuestros antepasados. Un libro que hay que leer, no tanto por el mensaje de lo peligroso que resulta distorsionar el pasado, sino por lo revelador que es conocerlo tal y como ocurrió, por muy sombrío o terrible que fuera, pues de eso es de lo que se puede aprender.