Scott Kelly es el primer astronauta -y por ende el primer humano- que ha estado un año completo viviendo en la Estación Espacial Internacional. El objetivo: recabar datos que ayuden a entender cuáles son las consecuencias para el cuerpo humano de vivir períodos prolongados de tiempo en ingravidez,  así como los efectos de la radiación cósmica fuera de la protección de la atmósfera terrestre. Puesto que su hermano y gemelo, Mark Kelly,  también es astronauta -a ver que otros padres pueden presumir de un logro semejante- el valor científico de Scott aumenta considerablemente. Al tener un patrón genético casi idéntico con el que poder comparar, los cambios que experimente su cuerpo en los años venideros ocasionados por esta experiencia espacial se podrán estudiar mucho mejor.

El libro cuenta en primera persona esta peculiar aventura espacial y aprovecha para relatar de manera autobiográfica cómo fueron los pasos de Scott Kelly -resumidos en diferentes momentos claves de su vida- desde la infancia hasta llegar a convertirse en astronauta.

Lo primero que sorprenderá al lector será saber que Kelly fue muy mal estudiante durante el colegio y el instituto, que fue durante la Universidad – en la que estuvo a punto de no ingresar por su mal expediente académico- cuando se produjo la catarsis que lo terminaría convirtiendo, primero en piloto de caza del ejército, posteriormente en piloto de transbordadores espaciales y finalmente en un astronauta de primer nivel. Pasó de aburrirse y no prestar atención en las clases durante su infancia y adolescencia,  a estudiar con determinación asignaturas de matemáticas, ingeniería, física y desarrollar capacidades y habilidades para pilotar aviones de combate, tripular cohetes, reparar instalaciones de todo tipo en la estación internacional y desarrollar experimentos científicos en el espacio. Dicho esto, en ningún momento el libro destila mensajes con aroma a texto de «autoayuda» y/o «superación personal», aunque es inevitable reconocer y conceder que su historia es un ejemplo de esfuerzo y superación tan sorprendente como digno de admiración.

No hay talentos que no presuman de influencias y las de Scott Kelly beben de dos libros que están muy presentes en todo el relato: Elegidos para la gloria de Tom Wolfe y La increíble expedición de Ernest Shackleton de Alfred Lansing. El primero es un clásico de no ficción que cuestiona que alguien en su sano juicio quiera ser piloto espacial y cuya lectura supuso una auténtica «epifanía» para Kelly, que entonces se marcó como meta llegar a ser astronauta; la expedición de Shackleton al Polo Sur y cómo logró sobrevivir y devolver a toda la tripulación sana y salva inspiraron a Kelly en el día a día de sus misiones espaciales. El libro de Wolfe marcó a fuego sus aspiraciones vitales y el de Lansing le sirvió como herramienta motivadora y de gestión en sus tareas espaciales. Ambos libros están homenajeados en el texto como trasfondo inspirador para explicar la evolución vital de Scott Kelly  y como recordatorio de que cada vez que el hombre ha explorado y descubierto nuevas tierras fue fruto de duros sacrificios, como el de vivir confinado en un espacio muy pequeño orbitando alredor del planeta durante tanto tiempo. El libro de Lansing también sirve para avisar que estos tipos, los aventureros/exploradores -en cierta manera eso son los astronautas- están hechos de otra pasta, porque tan cierto es que los envuelve cierto aura de estrellas de rock como que están impregnados omnipresentemente por un elevado riesgo de muerte cada vez que se sientan en un cohete que los lanza al espacio exterior. Después de leer este libro queda claro que la arrogancia que inevitablemente acompaña estos perfiles no enturbia la valentía y admiración que se puede profesar a todo el que consigue ser astronauta.

La disciplina militar que condujo la carrera de Kelly parece la culpable de penalizar en ocasiones su prosa, al dotarle de cierta rigidez y sobreescritura, especialmente cuando detalla sus recuerdos profesionales ligados a esa época formativa. De todas formas los compensa con la humanidad con la que describe los detalles más íntimos del retrato completo de su vida. Sus anécdotas del día a día en el espacio son las más entretenidas y las que consiguen enganchar al lector. Arreglar el inodoro en el espacio, los efectos del exceso de CO2 en el humor de la tripulación, la gestión de la basura, las cenas de los viernes con los otros miembros de la Estación, los protocolos diferentes por los que se rigen rusos y estadounidenses ahí arriba o el estrés que provoca ver como un cohete con abastecimientos explota en el aire y no podrán recibir una nueva remesa en meses. Todas ellas describen a la perfección cómo es la vida en el espacio en un espacio confinado y en ingravidez. La camaradería con la que Kelly describe su relación con los astronautas -cosmonautas- rusos es un claro mensaje para todos aquellos que en la tierra se esfuerzan porque ambas naciones tengan relaciones tan calamitosas. La ternura con la que habla de sus relaciones familiares o de conversaciones mundanas con su pareja actual y sus hijas, dotan de familiaridad y cercanía como contrapunto al estrés diario en la Estación.

Aunque su prosa es pragmática y propia de este tipo de textos, los momentos en los que Kelly trata de transmitir lo que se siente cuando se contempla el planeta desde el espacio, alcanzan gran lirismo descriptivo: «Una de mis vistas favoritas de la Tierra es la de las Bahamas, un gran archipiélago con un impresionante contraste de colores claros a oscuros. El vibrante azul profundo del océano se mezcla con un azul turquesa mucho más brillante, arremolinado con algo casi como el oro, donde el sol rebota en los bajíos arenosos y los arrecifes». O en su vuelta a la tierra: «He aprendido que la hierba huele genial, que el viento es una sensación alucinante y que la lluvia es un milagro. Trataré de recordar cuán mágicas son estas tres cosas el resto de mi vida.He aprendido la importancia que tiene sentarse a la mesa a comer con otras personas y con los seres queridos»

Kelly comienza el libro diciendo «tienes que ir a los confines de la Tierra para salir de la Tierra», porque hoy día todos los astronautas se lanzan desde un aeropuerto espacial en Kazajistán situado literalmente en mitad de la nada. Es su manera de resumir, en una descripción casi mitológica, qué significa ser astronauta y explorador. Un libro cautivador y encantador que acercara a muchos a la realidad de la carrera espacial del ser humano y que inspirará a otros tantos a tratar de convertirse en hombres del espacio en el futuro. De paso, un recordatorio de que los libros son fuente de disfrute y aprendizaje, y como en el caso de Scott Kelly, de inspiración vital.