Jano era el dios romano de las puertas, los comienzos y los finales. Le atribuían -entre otras cosas- la invención del dinero, la navegación, la agricultura y aseguraba buenos finales. Se le representaba con dos caras opuestas. Su capacidad de mirar en dos direcciones y representar personas con aspectos del carácter muy disímiles entre sí, sirve para calificar de janosianos a las personas que son capaces de ver las dos caras de las situaciones. Eso afirma ser –janosiano– el protagonista de El simpatizante, la novela de Viet Thanh Nguyen, ganadora del premio Pulitzer. «Soy un espía, un durmiente, un fantasma, un hombre de dos caras. Tal vez no es sorprendente que yo también sea un hombre de dos mentes. No soy un mutante incomprendido de un cómic o una película de terror, aunque algunos me han tratado como tal. Soy simplemente capaz de ver cualquier problema de ambos lados». Así comienza el relato de Nguyen, con unas palabras del protagonista similares a las pronunciadas en Un hombre invisible de Ralph Ellison, cuyo protagonista y narrador comparte también el hecho de no tener nombre. Las primeras páginas dan pronto pistas al lector de que se enfrenta a muchas novelas dentro de la misma, a novela de guerra, de espías, de inmigración, de política y hasta de ideas, una mezcla que por momentos resultará excesiva y confundirá sobre hacía donde pretende dirigir la historia el autor pero que esboza y destierra con ingenio muchos tópicos de la guerra de Vietnam, tantas veces vista en cine y televisión desde una perspectiva 100% estadounidense.
El protagonista es hijo ilegítimo de un sacerdote católico francés y una adolescente vietnamita y crece en total desacuerdo con el mundo que le rodea. Cuenta como desde bien pronto emerge un sentido de esta doble identidad con la que se identifica y sus sentimientos encontrados con la sociedad americana -vive en EEUU en la década de los sesenta para recibir educación universitaria- de la que le fascina el brillante estilo de vida pero también con el lado más bárbaro de los americanos en la guerra. Cuando regresa a Vietnam se encuentra así mismo naturalizado para el espionaje, trabajando para el ejército sur de Vietnam y sirviendo como asistente de un General con fuertes conexiones con la CIA. La caída de Saigón y la fuga desesperada de los ciudadanos más elitistas y cooperantes estadounidenses sirve a Nguyen para secuenciar de una manera muy desgarradora la huida de los protagonistas, que durante el intento dejan atrás la pérdida de algunos seres queridos. A partir de ese momento el ritmo de la novela se pausa y el relato pasa a ser un historia de vida de los inmigrantes de los setenta y ochenta, instaurados en todo un cúmulo de emociones vinculadas a la nostalgia y conflictos generacionales. Mientras el narrador encontrará hueco en una universidad, el General se involucra con toda facción política dispuesta a financiar esfuerzos anticomunistas en el extranjero, instalado además en una especie de paranoia sobre la existencia de espías en la comunidad de exiliados survietnamitas. Las posiciones que adopta cada uno de los personajes en su nueva vida americana sirven al autor para desplegar intencionadamente todo tipo de críticas y reflexiones, usando a cada uno de ellos para ir reforzando estereotipos y acumular quejas y refutaciones, sonando a a extensa sátira de la típica película americana sobre Vietnam y en la que el autor deriva contra los males putativos de Estados Unidos. Nguyen es profesor en la Universidad de California del Sur y ese trasfondo académico se aprecia en algunas fases del narrador de la historia, que casi se esfuerza por ser didáctico en sus explicaciones. Al poco tiempo de comenzar la lectura de esta novela leí un interesante artículo sobre él -que puedes leer aquí – en el que reflexiona sobre la visión negativa que aún se tiene hoy día del inmigrante o refugiado -especialmente en EEUU con la llegada de Trump- y que recuerda a muchos de los pensamientos e ideas que se transmiten en la novela.
Aunque la personalidad ambivalente del protagonista hace que en ocasiones este roce las circunstancias más absurdas, el estilo de narración es acertado y sostiene los vaivenes del relato -estilo que copia claramente el de Conrad MacCarthy, aunque en mi opinión no iguala y se queda en mera imitación- por lo que a pesar de algunas derivas estamos ante una muy buena novela literaria. Para el final deja algún inquietante guiño a la realidad actual vinculada a las crisis de refugiados, a las contradicciones con las que solemos enfrentar estas situaciones, donde acciones y reacciones no se suelen corresponder con el discurso y donde seguimos sin estar a la altura como sociedad global.
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