El holandés Herman Koch, encumbrado al Olimpo literario por La cena y Casa de verano con piscina, ve publicada en 2016 la edición en castellano de su última novela, Estimado señor M, dos años después de la original publicada en Países Bajos. Koch propone una novela dentro de una novela, en la que un narrador anónimo se esmera en contar todos los detalles más íntimos de su afamado vecino, el señor M, un escritor que conoció la gloria al publicar  años atrás una novela inspirada en una trágica historia. El relato que encumbró a M es ahora cuestionado por el misterioso narrador, que duda sobre el reputado vecino construyendo una sólida sospecha sobre si tergiversó intencionadamente los hechos para favorecer las ventas del libro.

El relato se presenta con cierto trasfondo maquiavélico. La sensación sobre la dudosa jugada del señor M persiste durante todo el relato, y coloca sobre la mesa la posibilidad de que el escritor hubiera inventado parte de los hechos ignorando el daño a determinadas personas y la distorsión de la realidad para que no fueran obstáculo en su camino al éxito. Herman Koch está precedido por una fama basada en su capacidad para desgranar todas las ambigüedades morales de la sociedad actual, y el transfondo maquiavélico le sirve para asentar una crítica mordaz a nuestra manera de vivir, donde el éxito a toda costa pareciera justificar cualquier acción para alcanzarlo. Koch abruma con su técnica, y de hecho es lo que atrapa al comienzo del libro, pero el lector comienza a distanciarse cuando a medida que avanzan las páginas no se adivina un avance determinado de la trama, porque el autor se enfrasca en mostrar perfiles psicológicos pormenorizados de todos los personajes que tienen la suerte de aparecer. La deriva de Koch me recuerda a otros grandes escritores del momento, tipo Jonathan Frazen y John Banville, que en sus últimas novelas   Pureza y  La guitarra azul  respectivamente, siguen el mismo patrón de Koch, el de empeñarse en actuar bajo una especie de periodismo psicológico enarbolando el derecho a informar sobre la conducta humana. El trazado de perfiles emocionales exhaustivo de los personajes, casi forense, ya sea tanto de actores principales como de cualquiera que pase por allí, aleja de las tramas volviéndolas insustanciales y carentes de interés, abonando los relatos a un espectáculo de técnica, donde el lector está más pendiente de admirar la escritura que lo que cuentan, y eso tiene el riesgo de quebrar el interés. Quizás esta nueva manera de escribir es lo que ahora se estila, pero cuando se quiere leer un thriller o novela de intriga como la que nos ocupa, lo que se espera (hablo por mí)  son todo tipo de giros y acontecimientos que te mantengan pegado a la historia, no las neurosis, traumas y taras de todos los personajes, como una vía para mostrar la complejidad emocional que el mundo actual provoca en nuestra mente y comportamiento. Koch termina siendo víctima de su propio virtuosismo, e incluso llega un momento que se enfrasca gran parte del libro en el análisis de los entresijos de una pandilla de adolescentes, en la que sólo algunos de ellos tienen relevancia en la historia. Logra, sin duda, retratar con brillantez lo que debe ser la realidad emocional, individual y colectiva de un grupo de adolescentes de hoy en día, pero a cambio pone a prueba la paciencia del lector, que clama que ocurran cosas a las que aferrarse para continuar leyendo.

Lo mejor: la originalidad de la propuesta, narrando la novela como la intrahistoria de otra novela, y por supuesto la escritura de Herman Koch.

Lo peor: se pierde en los personajes y  termina resolviendo la trama al final en un santiamén, como si de repente se diera cuenta que ha estado mareando la perdiz durante demasiadas páginas en otros menesteres.

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