Escuchar la palabra África suele provocar sentimientos encontrados. Por un lado evocamos escenas de aventura, safari, la inmensa sabana y manadas de animales salvajes. Por otro hambrunas, guerras, inmigración, epidemias y la sensación de ser una zona sumida en un permanente estado de socorro. En nuestra mente es un lugar extraño, violento, sin pasado ni contexto, a cuyos problemas (hambrunas y conflictos bélicos) ya somos insensibles, pero del que constantemente nos ocupamos sin éxito mediante una ayuda que está siendo insuficiente, o bien está mal gestionada viendo los resultados.
Percibimos el continente como un lugar sin historia, donde las guerras parecen surgir de la nada y para nada, donde pobladores separados en miles de etnias e identidades luchan y mueren todo el tiempo. No vemos a estos habitantes como seres potencialmente normales con vidas intrincadas, sencillamente hemos asumido en nuestro imaginario que les ha tocada nacer en un lugar donde las cosas son así, en sitios donde sin razón aparente todo el mundo parece ser asesinable ante la indiferencia del resto del mundo. Un primer mundo que de cuando en cuando traza macrocausas humanitarias, generalmente lideradas por el famoso de turno, que tratan de paliar el desastre. Pero el tiempo pasa y todo sigue igual, no prosperan, no se desarrollan y se siguen matando unos a otros sin que terminemos de entender nunca por qué. El autor de este libro, Alex Perry, llega a escribir «vemos a los africanos como objetos unidimensionales que esperan a ser rescatados o mejorados por amables extranjeros». Perry es un experimentado conocedor de la realidad africana por su trabajo en el continente durante muchos años para Time o Newsweek entre otros, y ha escrito el libro no con la intención de despertar conciencias, sino para principalmente poner de relieve la división entre el resurgimiento de África y un mundo en conflicto con su ascenso, precisamente por ese cliché con el que observamos esta zona del planeta.
África está geológicamente dividida por una gran falla, de ahí la alusión metafórica de Perry en el título –La grieta- en relación al movimiento de placas tectónicas que parte África, pero usándola como contexto social del continente inmerso en proceso de cambio, una falla que está crujiendo y gimiendo bajo las presiones del pasado, presente y futuro, y que marca el comienzo de la verdadera liberación del continente africano. El libro es un retrato desgarrador de la realidad africana, de sus divisiones y conflictos, pero vistos desde la ineficiencia de la ayuda continuada del resto del mundo, un fracasado humanitarismo en su contexto global, más allá de las acciones puntuales y específicas de las organizaciones que tratan de paliar las carencias del continente. Perry revela las vergüenzas del sistema occidental de apoyo, y los intereses comerciales y políticos que siempre van disfrazados en la caridad del primer mundo. Las implicaciones de los EEUU en el caos que hoy supone Somalia, entregada a la piratería y el yihadismo, o a desastres permitidos por la comunidad internacional como los de Ruanda, Congo, Sudán y Zimbabwe son espeluznantes. Llama la atención, por ejemplo, la influencia de un personaje como George Clooney, sí el actor, en el conflicto de Sudán del Sur, que a mí particularmente no me queda claro después de leerlo si fue positiva o negativa. El libro de Alex Perry, sin embargo y a pesar de las atrocidades que describe, pretende ser un aviso a occidente sobre la liberación que África está experimentando, de que el fin de la pobreza podría ser real en quince años y que es el resto del mundo el que tienen que empezar a asimilar que se puede lograr si dejamos atrás la arrogancia de que no podrán hacerlo si nosotros. África está en pie, es el continente que más rápidamente se está desarrollando, en el que treinta años después del Live Aid de Etiopía, los yuppies de este país son los comerciantes en la primera bolsa de materias primas de África. África comienza a pedir, no el fin de la pobreza, sino el fin de la pobreza africana a través de la ayuda, un instrumento al fin y al cabo del primer mundo para poder tener su parte del pastel en el proceso.
Perry demuestra su excelso conocimiento del terreno, mediante una forma de escribir a medio camino entre la novela, la exhaustiva información periodística y la denuncia activista, pero lo hace seduciendo y transladando el mensaje de manera tan contundente como efectiva. Estructura muy bien el texto, dividiéndolo en base a la separación física de la grieta geológica y las divisiones y zonas que se separan, agrupándolas posteriormente por sus conflictos y nuestras intervenciones, aciertos y fracasos. Su narración destila pasión en todo momento, la de alguien que siente esa tierra como suya, que ha asistido impotente a sus desvaríos pero que mire con optimismo los orgullosos cambios que se están produciendo.
Un libro que agita conciencias, pero que sobre todo nos permite conocer una parte del mundo cuya realidad tenemos distorsionada en muestro imaginario.
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