En los próximos 30 años se graduaran más universitarios en el mundo que los que lo hicieron anteriormente en toda la historia. Los denominados «millennials» ya coparán el 75% de los puestos de trabajo en 2025. El mundo cambia a velocidad vertiginosa y preparamos a nuestros hijos para que puedan desenvolverse dentro de 15 o 20 años. La estructura de la educación debe cambiar porque los títulos académicos ya no garantizan como antes un puesto de trabajo; habilidades y competencias serán más relevantes que los títulos académicos por sí solos. Sir Ken Robinson piensa que con los actuales sistemas educativos se está matando la creatividad, la capacidad de innovación de los niños, la adquisición de competencias  y el estímulo de habilidades.

Siguiendo los pasos de su aclamado El Elemento y del posterior Out of our minds, Robinson insiste en la necesidad de adaptar nuestros sistemas educativos a las personas y no al revés. La educación es nuestra mayor esperanza, pero no el viejo estilo vigente de enseñanza fruto de la revolución industrial y sus necesidades, sino un nuevo estilo basado en las nuevas y en la realidad tecnológica que nos rodea. Robinson cita por ejemplo al escritor de ciencia ficción H. G Welles cuando decía que «la civilización es una carrera entre la educación y la catástrofe«. La solución no es tanto reparar el sistema actual, sino de transformarlo usando la tecnología y los recursos creativos que otorga.

Como si fuera una continuación natural de sus anteriores libros, busca refrendar sus teorías mediante la exhibición de ejemplos reales. En Escuelas Creativas se centra en ubicar en el mapa  los lugares en los que ya se está produciendo esa transformación, y los usa como hilo conductor para agrandar el mensaje de que es posible una manera revolucionaria de enseñar: centros educativos en los que ya se fomenta la educación estimulando la creatividad y las habilidades de manera diferente.

En los ejemplos que va desgranando a lo largo del texto se percibe que, aunque no todos siguen un mismo patrón de enseñanza,  cada uno en su estilo profundiza en el concepto que defiende Robinson de centrarse en fomentar las habilidades  individuales de los estudiantes. Los niños no tienen miedo a equivocarse, una extraordinaria evidencia de que la creatividad humana hace avanzar a la humanidad, y eso es la base de partida de todos estos centros. Resalta instituciones de lo más diverso, algunas un tanto excéntricas, pero con buenos resultados siempre según el autor. Así por ejemplo  la exitosa Academia de Artes de Boston estructura su plan de estudios en torno a los intereses de los alumnos y presume de que mejora el rendimiento en todas las áreas. Para defender este modelo la academia muestra un dato revelador: un porcentaje muy superior al 50% del alumnado, una vez finalizada su ciclo en la academia, se decanta posteriormente por estudios de ingeniería, ciencia o diseño no relacionados con el arte, consecuencia de haber recibido una visión que amplía su horizonte.

En España (este ejemplo no lo recoge el libro) los jesuitas ya han comenzando a implantar gradualmente en algunos de sus colegios una educación alternativa, que elimina asignaturas, horarios y exámenes. Centran la educación en el trabajo por proyectos, así «si hacemos un proyecto sobre el imperio romano, pues aprendemos arte, historia, latín, religión y geografía» describe uno de sus responsables, « y si hay que aprender raíces cuadradas para llevar a cabo otro proyecto, los alumnos pueden acudir a las unidades didácticas». Los niños aprenden mucho mejor si ven que lo que aprenden tiene una aplicación práctica.

Robinson defiende que se transmita a los niños un sentimiento de  cultura de comunidad para aprender, como sólida base para el trabajo en equipo, y que a partir de ahí  el foco apunte a las individualidades, no como una competencia sino como el camino que aflore aquello que a cada uno se le da bien. Para eso el Plan de Estudios deberá ser dinámico y desde el punto de vista pedagógico centrarse en la inspiración, motivación y confianza en los estudiantes para que estos saquen lo mejor de sí mismos. Y evaluar el progreso basándose en el rendimiento, motivación y los valores aprendidos, no en un sistema estándar de exámenes.

Termina advirtiendo de la importancia de involucrar a los padres en la educación de los hijos. La educación, como la vida, no es lineal. Existen muchas vías para la realización personal, y las personas toman rumbos diferentes en sus vidas, descubren nuevos intereses y aprovechan nuevas oportunidades. Incluso hermanos criados en una misma casa y en las mismas condiciones, muestran caracteres y motivaciones diferentes. Uno que juega habitualmente con lego se puede convertir en el día de mañana en un arquitecto, y el callado que lee mucho en un intelectual. Esto es algo que deben tener en cuenta los padres, e involucrarse en la educación desde este punto de vista, porque lo que sí está demostrado es que la involucración de los padres aumenta el rendimiento académico.

Un libro interesante, aunque transmite por momentos la sensación de que Robinson se repite. Redunda tanto en el mensaje que son muchos los dèjá vu que uno percibe  de otros de sus textos, especialmente El elemento. No en cuanto al estilo, sino en el contenido. Da la impresión, usando un símil musical,  que fusila la misma canción con apenas variación de los acordes. Si has leído sus libros anteriores pensarás que no hay novedad en el mensaje, probablemente porque  ya había dicho todo lo que se podía decir del tema. Lo que ha venido diciendo en los últimos años es mucho, tanto, tan bien y tan claro, que creo que no se dejó nada en el tintero. La cuestión es ver si tomamos nota y transformamos la educación.

Habrá que ver si Robinson se ve tentando de volver a recordarnos el tema con otro libro.

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