Hay una cita que se atribuye al economista Keynes que dice «Cuando los hechos cambian, cambio de opinión. ¿Usted que hace, señor?» y que da pie al título de esta recopilación de ensayos de Tony Judt que hace su segunda mujer y viuda Jennifer Homans. Una cita muy acertada en unos momentos donde la  tasa de cambio es tan alta y el progreso y los acontecimientos geopolíticos se suceden a velocidad de vértigo. Adaptarse a la realidad, a los hechos al fin y al cabo, es clave para no quedar obsoleto.

Homans destaca que son ensayos que buscan que el lector se centre en las ideas de lo que relatan «porque son buenas ideas y se escribieron de buena fe». Esa «buena fe» era una de las expresiones favoritas de Judt como valor en su más alta consideración, y  le sirvió para escribir «libre de cálculos y maniobras, intelectuales o de otro tipo. Una exposición, clara y honesta».

Cuando los hechos cambian se inicia con la crítica que Tony Judt publicó en el New York Review of Books en mayo de 1995 de la Historia del siglo XX, de Eric Hobsbawm. Es la primera de las cinco temáticas que aborda en los ensayos. Es una buena introducción porque expone cuestiones que importan para entender al autor de Postguerra.

Una de ellas es su interés por lo acontecimientos del siglo XX en la Europa del Este. A los habitantes de esa zona les tocó sufrir dos calamidades, la que desencadenaron los nazis y la que montaron los comunistas. Para Judt es crucial valorar la radical remodelación del comunismo para comprender el siglo XX. También reflexiona sobre el impacto que tuvo el período de entreguerras en algunos de los mejores pensadores económicos del mundo anglófono, que paradójicamente no son ni ingleses ni estadounidenses: Hayek, Schumpeter, Popper, von Mises y Peter Drucker. Popper y Drucker por ejemplo han influenciado notoriamente con sus teorías en la gestión de las empresas. Oriundos de una zona especialmente castigada por la primera guerra mundial  y que tuvieron que exiliarse finalmente con la llegada del nazismo,  reflejan en sus obras la madurez de unas teorías que sin duda parten desde la propia experiencia vivida en un entorno tan duro.

En la segunda parte aborda el tema de  Israel, los judíos y el Holocausto, defendiendo la necesidad de entendimiento con los palestinos y la solución de los dos Estados, y no esconde su denuncia del afán del Estado judío por servirse de la memoria del Holocausto como un escudo ante toda crítica.

Es en la tercer parte y sus reflexiones sobre el 11-S  y el nuevo orden mundial, donde se atisba el compromiso tan intenso que Judt adquirió después de los atentados. Ya percibido como uno de los mejores intelectuales del siglo pasado y principios del presente, no pasa ni una sola de las ideas que querían imponerse en EEUU al rebufo de la ofensiva neoconservadora y las proclamas principalmente republicanas.  Las somete a un minucioso escrutinio para poder pronunciarse a continuación con contundencia, demostrando rigor y denunciando sin paliativos toda soflama discriminatoria o sectaria. Advierte también de los peligros de una Unión Europea sobredimensionada y ofuscada en sólo controlar la contabilidad financiera, y que salvo en el rigor fiscal no parece atender el resto de los  asuntos políticos y sociales que se derivan de una unión que no termina de cuajar.

En el cuarto bloque rescata sus ensayos sobre el ferrocarril. Judt siente fascinación por el ferrocarril como motor de cambio y modernidad, y lo impregna de un  cierto tinte romántico. Lo situa por encima de cualquier otro proyecto técnico o institución social creada por el hombre, y si nos ceñimos exclusivamente al mundo del transporte, por encima del avión (que  no menciona). En realidad hace una defensa a ultranza del gran cambio que suposo la aparición del mismo,  quizás porque en el momento histórico en el que aparece tuvo un impacto sobre la modernidad muy superior a los posteriores del automóvil o el avión.

 En la quinta parte se dedica a homenajear a otros intelectuales: Furet, Amos Lenos y Kolakowski.

Sus textos siguen llevando su inequivoco sello socioaldemocrata y su defensa por proteger a los más débiles: «la izquierda tiene algo que conservar. Es la derecha la que ha heredado el ambicioso impulso modernista de destruir e innovar en nombre de un proyecto universal. Los socialdemócratas, característicamente modestos en su estilo y su ambición, tienen que hablar con más firmeza de lo conseguido en el pasado”.

En su libro Algo va mal profundizaba en lo erróneo de nuestra manera de vivir, de la ausencia de finalidad colectiva y de hacer de la búsqueda de nuestro interés personal una virtud. Judt siempre defendió que el materialismo y egoísmo  en absoluto son inherentes a la condición humana y culpa a los años ochenta de haber convertido en algo «natural» ambos aspectos y de nuestra obsesión por la creación de riqueza. A pesar del crack de 2008, donde se puso de manifiesto que el capitalismo sin reglas es el peor enemigo del capitalismo, parece que somos incapaces de concebir alternativas.

Reflexiones y mensajes que siguen intactos años después de su muerte.