En la década de los sesenta, el psicólogo Walter Mischel realizó un estudio con niños de cuatro años con la intención de demostrar que el nivel de control de los impulsos a esa edad podría ser premonitorio del carácter y de la manera de ser en la edad adulta.

El test era sumamente sencillo: un adulto entra en una habitación con un niño en la que hay una mesa con golosinas. Al cabo de unos instantes le dice  “ahora debo marcharme y regresaré en unos veinte minutos. Si lo deseas puedes tomar una golosina pero, si esperas a que vuelva, te daré dos», lo que suponía una prueba seria de autocontrol.

Mischel no sólo se quedó en esa prueba puntual, sino que sometió a seguimiento a todos los individuos participantes, tanto en la adolescencia como en la edad adulta durante décadas.  Pudo comprobar que los niños que se controlaron y decidieron esperar, en general y de manera casi abrumadora, habían prosperado más o simplemente su comportamiento afrontando frustraciones en la vida era superior al de los niños que no esperaron, en general más problemáticos en la edad adulta.
Mischel relata con exquisito detalle el resultado de sus investigaciones y afirma que el autocontrol se pude aprender, que el eslogan que tantas veces hacemos nuestro con cierto deje a letanía «mi carácter es así, ya no puedo cambiar» no tienen validez. El autor nos enseña que tenemos dos partes del cerebro, el caliente y el frío, y que la manera que tenemos de pensar en algo influye sobre qué parte del cerebro se activa. El sistema caliente siempre estuvo en nuestro cerebro y es el que nos regula el hambre, los miedos, la felicidad. El frío es el que se desarrolló más tarde en nuestra evolución y no compartimos con los animales. Es el que nos permite contemplar consecuencias futuras a nuestras acciones y el que hace que mantengamos  el objetivo de «la golosina» pospuesto en la mente, o el que nos ayude a propósitos como dejar de fumar o empezar hacer más ejercicio. Porque Mischel da las claves para aprender a controlarse y vencer las tentaciones. Lo hace partiendo desde el propio Test, mostrándo ejemplos de cómo es posible conseguirlo con trucos tan sencillos como cambiar el modo en que representamos el objeto de deseo; con sólo decirle a los niños que jugaran a imaginar que la golosina es en realidad una fotografía, ya aguantaban quince minutos más.
Advierte finalmente, que para poder atender a manejar el autocontrol es fundamental por un lado la confianza (si no hay confianza no hay razón para postergar ningún tipo de gratificación) y por otro la ausencia de estrés, como condiciones necesarias e imprescindibles para poder desarrollar las habilidades que nos permitan manejar nuestro «cerebro frío» frente al «caliente».
Se habla de lo que es y de lo que no es la fuerza de la voluntad, de las condiciones que la anulan y de las habilidades cognitiva. Lo hace con un estilo y lenguaje dirigido a todos los públicos, de manera pedagógica y comprensible.

Una lectura interesante y muy recomendable también para aquellos que tengan tendencia a perder los nervios o no acostumbran a tomarse unos segundos a meditar una respuesta.