En plena crisis mundial por la pandemia del COVID-19, el libro de Kyle Harper nos recuerda que la naturaleza, ya sea mediante epidemias o catástrofes naturales, ha hecho tambalearse a las sociedades humanas en algunos momentos de la historia. En concreto, su concienzudo análisis del impacto que tuvieron las enfermedades y el clima en el imperio romano hace dos milenios, supone una novedosa e impactante visión de la fragilidad humana con respecto al medio ambiente, que además se torna en rabiosa actualidad en unos momentos en los que un virus ha puesto en jaque a todo el planeta. Como adelanta en su prólogo: «El fin del Imperio romano es una historia en la que la humanidad y el medio ambiente son indisociables. O, mejor dicho, es un capítulo en la historia de nuestra relación con el medio ambiente que todavía está en fase de desarrollo». En el año 400 a. C, más de 700.000 personas vivían en Roma, una ciudad con 28 bibliotecas, 856 baños públicos y 47.000 bloques de apartamentos. Era la ciudad más grande del planeta, la joya de un imperio que controlaba la vida de una cuarta parte de la población mundial. Y, sin embargo, en pocas décadas, este imperio asombrosamente exitoso se derrumbó estrepitosamente y la llamada ciudad eterna, quedó reducida a solo unos 20.000 moradores. Los historiadores se han sentido intrigados durante décadas por la regresión más grande en toda la historia humana, entre ellos Harper, que utilizando datos de geología y evidencia genómica, ofrece una nueva y convincente visión del destino de Roma, argumentando que fue «el triunfo de la naturaleza sobre las ambiciones humanas» la principal causa de su desmoronamiento.

Durante mucho tiempo los historiadores hilvanaron una narración coherente sobre el impacto de la naturaleza en el desarrollo de la especie humana, a  partir de retales sobre epidemiología, geografía o medicina animal, a veces de una manera tan consistente que sorprende lo bien que han soportado el paso del tiempo. Los patógenos de los que se cargaban nuestros antepasados en el Paleolítico no eran nada comparados con la del Neolítico, donde ya los asentamientos humanos facilitaban el contagio de las enfermedades, que además podían saltar de los animales domesticados a las personas. El imperio romano, con buenas infraestructuras y mucha conectividad entre territorios, fue un excelente caldo de cultivo para la expansión de muchas enfermedades; por ejemplo, a finales del imperio, el sarampión fue una enfermedad del ganado que saltó a nosotros y la viruela hizo estragos en la población. La masificación de urbes como Roma contribuían al contagio masivo, como ya ocurre en pleno siglo XXI con una pandemia como la del coronavirus que aprovecha no solo la conectividad global sino las colosales ciudades en las que nos concentramos. Por otra parte, catástrofes naturales como las erupciones volcánicas o épocas de sequías prolongadas y severas impactaban de manera considerable en las poblaciones del imperio, que dependían en exceso de los cereales como base alimenticia. Por ejemplo, entre los años 545  y el año 536 a. C, se produjo «la década más fría de los últimos 2.000 años», causando escasez de alimentos, por lo que episodios como la peste bubónica y el clima, además de las continuas guerras, revirtieron un milenio de avances materiales. Veinte siglos después y a pesar de los avances médicos, medidas como el distanciamiento social y la higiene personal siguen siendo la mejor y primera barrera de defensa contra el contagio de un virus, algo que se desconocía por entonces.

La lectura de El destino fatal de Roma, además de ser una oportunidad para evocar el modo de vida de los romanos, cuyas costumbres siguen resultando asombrosas miles de años después, es un interesantísimo retrato de cómo las enfermedades pueden cuestionar al ser más dominante de la tierra y de las consecuencias que tiene sobre nosotros el maltrato al medio ambiente que nos rodea. Aunque árido y tedioso en algunos momentos de su lectura, el libro de Harper es un trabajo de notable erudición que ofrece una escalofriante advertencia sobre el asombroso poder de la naturaleza; también que conseguir sostenibilidad medio ambiental sin ponerle freno al crecimiento demográfico es utópico.