Pensamos constantemente en el tiempo: estimamos su duración, consideramos el ayer y el mañana, distinguimos el antes del después. Habitamos en él tiempo y sobre él, anticipando, recordando, comentando su paso. El tiempo pasa, se desliza, vuela, se escapa, fluye y se define; es abundante o escaso. Lo ahorramos y lo gastamos como el dinero. Nuestra espinosa relación con la percepción del tiempo animó a Alan Burdick a embarcarse en este ingenioso, intimista y elegante Por qué el tiempo vuela. A partir de su propia percepción e interpretación de las horas del día y de cómo influye el paso del tiempo en su vida, inicia una rigurosa exploración que trata de explicarnos cómo el tiempo dictamina nuestras vidas y las diferentes maneras que tenemos de afrontarlo y medirlo. Burdick es redactor en The New Yorker y colaborador en el blog de ciencia y tecnología de la revista. Es esta faceta «científica» la que se despliega en el libro revelando una gran capacidad divulgativa para traducir al lenguaje cotidiano estudios y terminología científica, evitando limitarse a transmitir el conocimiento adquirido mediante su proceso de documentación. El resultado es más bien una vibrante aventura de descubrimiento y a juzgar por sus conclusiones, es más interesante lo que aún no sabemos sobre el tiempo que lo que ya sabemos. El tiempo es algo que nos afecta directamente, con el que luchamos constantemente, nos vuelve locos, nos abre posibilidades, nos pierde o nos satisface.
En el libro, Burdick entrelaza suavemente una cautivadora descripción de su propia lucha personal con el tiempo, de cómo tuvo que modificar su manera de organizar el tiempo obligado por el nacimiento de sus hijos gemelos, compatibilizando su estresante trabajo con sus nuevas obligaciones personales. Ofrece una amplia visión sobre el estudio científico de nuestra relación con el tiempo y de los seres vivos en general, a partir de los experimentos de laboratorio que se han prodigado en el último siglo y medio. No pretende ser exhaustivo en este sentido, pero cubre un amplio espectro, que abarca desde el retraso entre los estímulos y la percepción, hasta las alteraciones en la percepción de la duración, desde los modos sorprendentemente múltiples en los que nuestro cuerpo rastrea el tiempo, o contando la historia de cómo terminamos acordando una hora común alrededor del planeta.
Burdik traslada muchos conceptos complejos de manera digerible, pero aún así la lectura resulta densa porque el asunto no es para nada trivial -aunque lo parezca a priori- y se abren muchos acertijos e interrogantes a medida que se avanza en la lectura. Como él mismo admite al final «puedo garantizar que estas páginas no responden a todas tus preguntas sobre el tiempo». Por qué a veces sabemos qué hora es sin necesidad de mirar el reloj, qué significa el presente o por qué a veces creemos que el tiempo vuela o se ralentiza, son preguntas que no tienen una respuesta inmediata, pero Burdik se afana en explicarnos el por qué de una manera rigurosa y decididamente muy original sobre un enigma encantador.
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