Mucho se ha escrito sobre las causas y posibles soluciones de la crisis económica financiera que azotó el planeta la última decada. Ahora que los países -a diferentes ritmos- van saliendo de ella, el Nobel Edmund Phelps se atreve a ubicar los problemas actuales de la economía en un contexto más amplio que el basado -como hasta ahora- en parámetros exclusivamente financieros y económicos. Un texto que atraerá a lectores interesados en una discusión amplia sobre el capitalismo y qué papel juega la innovación en una economía actual de mercado. Un enfoque que, a priori, resulta refrescante ante los prosaicos tratamientos que se dedicaron simplemente a señalar culpables como las hipotecas subprime, los préstamos de alto riesgo, la austeridad, la moral del sistema financiero o la creación de productos tan complejos que ni el propio sistema supo manejar. Aunque Phelps no es novedoso en su aproximación inicial, pues como otros recurre a las tendencias históricas y a los cambios culturales y tecnológicos actuales para cimentar sus hipótesis, sí lo es en cuanto a que usa estos datos para apuntalar la teoría sobre la cual, para él,  gira todo, que no es otra que la falta de dinamismo de las economías actuales, señalando la innovación como la principal puerta de salida hacia soluciones que conduzcan a economías de prosperidad.

Para Phelps el concepto de la economía moderna pivota alrededor del dinamismo, entendido como la voluntad y capacidad de innovar.  La innovación donde las personas son libres y capaces de proponer, probar y explotar ideas nuevas, diferenciando entre el dinamismo del espíritu empresarial -el emprendedor- y el estado de alerta de las oportunidades; a partir de ahí las condiciones periódicas del mercado u otros factores determinan los picos o mínimos del volumen real de las innovaciones.

El libro se estructura en tres partes. La primera se destina en explicar qué es el dinamismo y en qué consiste la economía moderna bajo este prisma. En la segunda desarrolla sus hipótesis y en la tercera analiza el por qué del declive económico -desde el punto de vista de productividad, empleo e igualdad salarial- en EEUU y especialmente en Europa. En este punto se arriesga a generar polémica, pues dirige la culpa al auge del socialismo y el corporativismo como atenazante de libertades individuales y por tanto como lastre para el surgimiento de nuevas ideas e innovaciones. Siempre desde un punto de vista analítico -no exento de controversia- justifica y razona que las estructuras corporativistas o socialistas tienen peor desempeño al compararlas con las más liberales, culpandolas de la falta de dinamismo; «quienes critican el capitalismo moderno tienden a argumentar que las economías capitalistas modernas son injustas en comparación con algún otro sistema económico que ellos imaginan, pero que no se ha construido todavía». A raíz de esto surge una reflexión sobre si realmente el ciudadano de a pie entiende que el dinamismo y el crecimiento suelen disminuir cuando las naciones se vuelven más corporativistas o socialistas (o socialdemocracia para los europeos) o si comprende el costo real que hay que pagar por los supuestos beneficios comunes de esas estructuras. Lo cierto es que lo normal es que el ciudadano de a pie entienda de desigualdades, sin avanzar más en por qué se produce o en la bondad del sistema que las fomenta o las atenúa.

Este punto podría enlazarse con la última parte del libro en la que contextualiza la economía moderna con la «buena vida», construyendo uno de los principales argumentos del texto -y controvertido sin duda- al afirmar que una economía moderna dinámica es consistente con las ideas de justicia económica y «la buena vida», mostrando datos muy convincentes al respecto y sugiriendo en su epílogo ideas de cómo recuperar el dinamismo -bajo esta visión del capitalismo más recalcitrante- para que sean consideradas por los políticos; seguro que sabe perfectamente que, a día de hoy, difícilmente un político podría acumular muchos votos con un discurso basado en la «justicia económica» y que no incluya la lucha contra la desigualdad, que pasa por políticas corporativistas en mayor o menor medida.

El texto también plantea desafíos para los enfoques tecnofetichistas -consideran la competitividad y el crecimiento económico como una función de la inversión en ciencia y tecnología vanguardista- y tecnonacionalistas -basado en la mentalidad de que las naciones deben generar conocimiento nuevo en lugar de intentar de ser el mejor en el uso de conocimientos, independientemente de donde provengan- ya que, en una variante u otra, casi todos los países se han apropiado de la innovación como un concepto científico, agregando sus «políticas de innovación» a las de ciencia y tecnología.

El autor aboga por un replanteamiento de los principios fundamentales que sustentan las economías modernas de los países desarrollados, en un llamamiento general tanto a gobiernos como a sociedad civil de que consensuen – así en abstracto, como si fuera posible y fácil…- qué teorías queremos aceptar que permitan una comprensión compartida de qué tipo de economía y sociedad deseamos tener. Por eso recuerda que en EEUU es improbable que prosperidad y dinamismo vuelvan -en el grado y dimensión en como él lo concibe- porque existe la creencia generalizada de que la libertad es suficiente para que regresen. A Europa le insta a mirarse el ombligo, pues sigue sin ser capaz de darse cuenta que mediante el férreo control estatal sobre el capital privado no se puede alcanzar la estabilidad. 

Un libro valiente y a contracorriente, capaz de atacar el capitalismo a la vez que defenderlo, porque según este economista americano  hemos desvirtuado en qué consiste el mismo. Un Phelps que desenmaraña cuál es la clave de la prosperidad de las naciones y que deja claro que la clave del dinamismo y por tanto de una economía prospera depende del individualismo -sin excesivo control- y el vitalismo, que fomenten el afán de innovar por encima del afán de riqueza, porque en el fondo lo segundo llega con lo primero.