La fundación de Bill Gates lleva años promoviendo proyectos destinados a mejorar las condiciones sanitarias de las regiones más pobres de la tierra; ha gastado en ellos más de doscientos millones de euros desde 2011. Ha ideado un inodoro que no necesita agua, no está conectado a ningún sistema de alcantarillado y es capaz de transformar los desechos humanos en fertilizantes, con el fin de poder destinarlo a aquellos países de mundo cuyos sistemas de saneamiento son deficientes. Los excrementos humanos pueden contener rotavirus, bacterias y huevos de lombrices parasitarias. El cólera, por ejemplo, sigue matando gente a través de las aguas fecales humanas, un problema que se descubrió hace más de un siglo y medio y que, sorprendentemente, sigue sin erradicarse.
Londres en el siglo XIX era una ciudad caótica y desordenada de 2,4 millones de habitantes en la que imperaba una inmundicia que facilitaba la transmisión de virus de todo tipo. En el verano de 1854 la ciudad sufrió una epidemia provocada por la falta de higiene y la deficiente gestión y planificación de las infraestructuras de alcantarillado y abastecimiento de agua. El temible virus del cólera, que se transmite por el agua, hizo estragos en una época en la que ni siquiera se conocían los virus. Steven Johnson, que ha escrito desde libros de neurociencia a textos en los que trata las implicaciones culturales del uso de las computadoras, quedó fascinado por el ímpetu y dedicación con la que dos londinenses, un doctor llamado John Snow y un sacerdote llamado Henry Withehead consiguieron localizar el origen del brote. Investigaron, analizaron datos, entrevistaron a enfermos, trazaron mapas (El mapa fantasma, título de su libro) y localizaron las fuentes de agua contaminada de donde surgieron los brotes, constituyendo un momento clave para la ciencia médica para entender el origen de las patologías.
En Broad Street existía una fuente de agua potable gratuita, pero se extraía de un pozo debajo de Golden Square, una de las zonas más superpobladas y pobres de Londres. En agosto de 1854 muchos residentes de Golden Square enfermaron repentinamente y comenzaron a morir, algunos incluso a las doce horas de comenzar a notar síntomas como malestar estomacal, vómitos, diarrea y sed insoportable. La alarma cundió rápido cuando comenzaron a verse carros enteros de cadáveres llevados por las calles. Las autoridades médicas reconocieron rápidamente el cólera, temido por brotes similares aunque menos devastadores en años anteriores, pero no tenían ni idea de cómo funcionaba; llegaron a pensar que era una enfermedad que se propagaba por el aire, como una especie de olor asesino por el paralelismo prejuicioso que establecían con el fétido olor de las áreas pobres de los enfermos.
John Snow, un médico que había tratado el cólera durante su aprendizaje en Newcastle, tuvo una idea diferente. Creía que la enfermedad fue causada por un agente no identificado que las víctimas ingirieron, probablemente en agua potable contaminada. Snow fue un pensador consciente capaz de combinar sus conocimientos de diferentes disciplinas y de aplicar diferentes escalas de investigación: examinó muestras de agua con un microscopio, estudió las estadísticas semanales sobre la muerte por cólera en todo Londres y buscó patrones geográficos. Finalmente, dibujó un mapa, el «mapa fantasma», que mostraba la correlación entre los casos de cólera y la distancia a pie hasta la bomba de Broad Street. La versión más completa de la historia, contada por Johnson, es más complicada. Incluye otro personaje clave, un cura asistente llamado Henry Whitehead, que ministró a los residentes de Golden Square y conocía los detalles de sus vidas lo suficientemente bien como para identificar el punto de partida de la epidemia (un bebé enfermo, cuyos pañales contaminaron el pozo de Broad Street). También incluye a un investigador italiano llamado Filippo Pacini, quien identificó la bacteria del cólera casi al mismo tiempo que John Snow y que publicó un artículo que estuvo ignorado durante 30 años. John Snow y Henry Whitehead ayudaron a que el mundo fuera seguro para las grandes ciudades.
El libro es una recopilación formidable de pequeños hechos y grandes ideas, reflejando la persistencia con la que algunas personas buscan el conocimiento y la resolución de problemas. Johnson tiene el justo toque literario para gustar al lector de ficción y las píldoras adecuadas y rigurosas de ciencia e historia; su descripción de Londres es preciosista y por momentos recuerda a la memorable novela «Oliver Twist». El libro no busca el morbo de asustar, máximo en tiempos de pandemia mundial con el coronavirus, aunque es un poco indulgente con el alarmismo en sus conclusiones. La historia de Snow y Whitehead deja también de relieve lo importante que es tener conexiones sociales en la vida. Whitehead tenía los contactos de los que Snow carecía, lo que demuestra que no basta con tener la razón y la ciencia de tu lado. Necesitas también la aceptación y el reconocimiento de los que te rodean.
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