Entre la considerable cantidad de lecturas que en los últimos años se centran en predecir el catastrófico futuro de la humanidad, bien sea por el incontrolable desarrollo tecnológico que provocaría (entre otras cosas) que los robots nos exterminaran o que el daño medioambiental que infringimos al planeta sea irreparable e irreversible, encuentro el refrescante En el futuro, perspectivas para la humanidad, del reputado científico y astrónomo Martin Rees. En su caso, más que criticar a los catastrofistas o alinearse con los más optimistas, precisamente por el grado de desarrollo que experimenta la humanidad, adopta una interesante posición equidistante para disertar con rigor y proponer argumentos constructivos, dejando claro que ese buen futuro que él visualiza es posible siempre y cuando estemos dispuestos a utilizar sabiamente la ciencia y tecnología que actualmente desarrollamos, lo que pasa por trabajar colectivamente y con sentido común.
El enfoque humano hacia el futuro suele ser cortoplacista a ojos de los gobernantes, siempre preocupados por su permanencia en el poder, lo que conduce a debates polarizadores con retórica alarmista y un pesimismo que normalmente se basa en desinformación. La mejor manera de eludir los riesgos distópicos que muchos vaticinan es pensando de manera racional y global a largo plazo, para lo cual líderes de opinión y científicos deberían colaborar activamente en todas las disciplinas. Para Rees eso pasa por no perder de vista donde estamos y de dónde venimos, por no cegarnos exclusivamente en el desarrollo tecnológico (sí, ese que nos llevará a colonizar otros planetas, por ejemplo) dando de lado, paradójicamente, a la multitud de problemas a los que se enfrenta el mundo actual. Prepararse para el futuro sabiendo cuáles son los errores pasados y actuales, en un acto de equilibrio global que negocie el desarrollo de la tecnología necesaria para abordar los desequilibrios de la pobreza, soluciones al cambio climático y a los conflictos bélicos. Eso no significa que haya que pisar el freno del desarrollo tecnológico, sino redirigirlo focalizando la atención en científicos e ingenieros y menos en políticos e intereses empresariales. La gran pregunta es cómo hacerlo con un grado óptimo y eficaz de cooperación internacional.
Un libro persuasivo, estimulante y riguroso, impregnado de un emotivo esfuerzo del autor por apelar al sentimiento de responsabilidad: ¿queremos pasar a la historia como la generación que fue consciente de los problemas que estaba creando y no hizo nada?

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