Hasta finales de los noventa y principios de siglo el panorama musical se repartía en grupos musicales y solistas con estilos muy diferentes, perfectamente reconocibles y distinguibles entre ellos. Bandas de rock, grunge, punk, pop, jazz, blues, techno, la paleta era amplia y variadísima. Sin embargo hoy día jóvenes de todas partes consumen música prácticamente indistinguible, en la que sólo varía el artista que la interpreta. El escritor y articulista en The New Yorker John Seabrook, ha realizado un riguroso trabajo documental en La fábrica de canciones sobre esta tendencia de homogeneización de los estilos musicales. En el libro explica con detalle cómo es la nueva industrial musical y quiénes son los actores principales de lo que podríamos denominar factorías de música. El título resume a la perfección qué es la música de hoy en día: el producto de una fábrica digitalizada que manufactura canciones determinadas porque sabe cómo estimular melódicamente el cerebro de los receptores para que sean aceptadas y encumbradas. Seabrook describe el profundo cambio del negocio musical y cómo se producen los hits musicales, hits que parecen «productos industriales, hechos para centros comerciales, estadios, aeropuertos y gimnasios». La mayoría de las canciones son una especie de anuncio publicitario de tres minutos que exhibe la imagen sexual del artista que la interpreta. Los artistas siguen ocupando un lugar relevante en las canciones, pero más como figuras vocales que como cantantes. La canción de hoy día es una composición digital fabricada para una audiencia masiva con un gusto similar, un gusto que ha sido educado fruto de un patrón digital en la tipología de canciones que lleva varios años influenciando. Es por eso que terminan pareciéndose todas tanto, porque las bases rítmicas y melódicas siguen patrones similares. Como teme el autor, la música va camino de sonar toda igual.
La base de todo hit ya no es el estribillo pegadizo, sino el hook. El hook es una frase corta cantada, que atrapa el ritmo melódicamente y lo hace adictivo. Las canciones están plagadas de hooks, elaborados con meticulosidad informática para activar en el cerebro el placer de la melodía, el ritmo y la repetición. El ordenador es la herramienta definitiva. De hecho la presencia del ordenador se reconoce en la instrumentación, porque las canciones son estructuras de partes copiadas y pegadas con perfección rigurosa del tempo y el tono. Una especie de robopop. Los sonidos instrumentales se basan en muestras de sonido real, pero a partir de ahí es el ordenador el que crea. Subculturas enteras de profesionales de la música (técnicos, arreglistas, músicos de sesión) están desapareciendo incapaces de competir con el software que automatiza su trabajo. La música es una de las industrias que está sufriendo más en la sombra la competencia de las máquinas. No significa que todos los productores son capaces de fabricar hits, pero la digitalización de producir todas las canciones con ritmos melódicos a base de copiar y pegar ha conseguido proliferar la aparición de ellos. La mayoría consiguen algún hit y desaparecen (con suculentas ganancias) porque ya no se trabaja por instinto como los míticos productores de la vieja escuela, sino calcando ritmos ya reconocidos -usando big data y software- que han podido llegar a ser un súper ventas como base para confeccionar algo parecido.
Seabrock hace un repaso desde finales de los ochenta contando cómo se ha ido fraguando la situación actual. Grupos como Ace of Base, Backstreetboys, N´Sync o No Doubt fueron el germen. El libro desentraña la creación y profileración de boy bands -bandas de chicos/as- en las que los muchachos, por ejemplo Backstreetboys o N´Sync, eran meros intérpretes a sueldo que se limitaban a coreografíar las canciones que un grupo de productores suecos fabricaban digitalmente. En el caso de N´Sync, los chicos eran aclamados por centenares de fans en las puertas de hoteles de cinco estrellas, volaban en aviones privados y estaban rodeados de lujo, pero la realidad es que cobraban 35 dólares al día y no percibían prácticamente nada por los millones de copias de discos que vendían. Cómo «se fabricaron» a dos artistas como Britney Spears y Rihanna son pasajes también muy curiosos del trabajado documento de Seabrook. Todos ellos sembraron el inicio de la «composición» de canciones digitalmente.
Sorprende saber que todo empezó en Suecia, con gente sin conocimiento de música pero sí de ordenadores, con instinto para fabricar melodías de una manera muy diferente a cómo lo habían hecho hasta entonces unos pocos privilegiados de la industria. Seabrock relata la transformación del negocio musical con la aparición de la fallida Napster, la irrupción de Steve Jobs con su tienda de iTunes y la explosión final de Spotify.
Los jóvenes de hoy día no escuchan un álbum entero, escuchan diez canciones de artistas diferentes. Así que en lugar de ir a un concierto en el que cierto artista o grupo toca su música, prefieren ir a un festival en el que hay un montón de artistas y bandas diferentes. Tampoco escuchan discos que mantienen los géneros musicales separados, en «streaming» se mezclan todos y las paredes de los géneros comienzan a disolverse, hay una música que combina todos los viejos géneros. Las playlist de Spotify permiten crear mezclas en base al ambiente o estado emocional en el que te encuentres: entrenando, estudiando, con amigos en la play, melancólico porque te ha dejado la pareja… pero con un factor común, un poco triste para los que somos mayores de cuarenta y hemos vivido y disfrutado la variedad y riqueza musical de décadas anteriores: todo suena igual.
El libro de Seabrock es un torrente de datos y por momentos una auténtica maraña de nombres relacionados con la industria musical, especialmente de finales de los ochenta, los noventa y principios de siglo, fundamentales en la transformación de la industria musical. Eso puede desanimar a lectores que rocen la treintena, por desconocimiento de la mayoría de los grupos o actores que se describen. Pero el libro está escrito como si fuera un extenso articulo de revista musical tipo Rolling Stone, quizás la mejor manera de hablar de música mostrando multitud de datos -fruto de un excelente trabajo de documentación- sin aburrir.
El autor no pretende criticar el gusto musical actual, al fin y al cabo cada generación disfruta de la música de su tiempo. Tampoco es un ejercicio nostálgico que busca concluir que cualquier tiempo pasado fue mejor musicalmente hablando, pero pone el foco sobre el empobrecimiento musical actual con datos objetivos. La digitalización está alineando las canciones. Los intérpretes se centran únicamente en la explotación sexual de su imagen o de su capacidad para ser polémicos para diferenciarse unos de otros.
Siempre he sido bastante ecléctico en mis gustos musicales. Escucho de todo, pero por ejemplo ahora consumo mucho jazz, algo impensable cuando era joven, y sigo prefiriendo el rock aunque me gusta gente como Rihanna, Adele, Muse, Bruno Mars, Lady Gaga o Beyoncé por mencionar algunos de los actuales. Puedo escuchar en el mismo día rock, pero también house o música clásica. Confieso que no entiendo qué engancha del reggaeton y nunca me ha gustado la salsa, bachata o similares aunque sí el son cubano. Pero sobre todo sigo disfrutando más de U2 (sus primeros discos), Dire Straits, AC/DC, Guns&Roses, Jimy Hendrix, Metallica, REM, Queen, Led Zeppelin, Rolling Stone, Red Hot Chili Pepper, Foofighter, Eric Clapton, BB King, Elvis, Frank Sinatra, Chuck Berry o Pet Shop Boys (Los Beatles por ejemplo nunca me han hecho tilín, en algo tenía que ser raro), en fin, podría seguir un buen rato ampliando la lista de grupos. De música española actual no escucho nada (las canciones parecen todas sacadas de Operación Triunfo sea quién sea el intérprete o grupo) , pero si de décadas anteriores con gente como Rosendo, Los Suaves, Radio Futura o Extremoduro.
Animo a los millennials a que hagan honor al cliché que los cataloga de inconformistas y buceen en la música de épocas pasadas. Quizás de esa manera consigan que la fábrica de canciones no termine en un simple mini catálogo de este nuevo estilo robopop, con variaciones diferentes del ritmo de la misma canción. También que lean este libro para descubrir cómo las nuevas tecnologías son las que dictan qué musica escuchar y, por tanto, que no se dejen influenciar y se nieguen a que exista un nuevo pero único estilo musical. Música de hora, sí, pero todo igual no, por favor.
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