Freeman Dyson, matemático y físico, es a sus 93 años uno de los divulgadores científicos más reconocidos. Inglés, sirvió en la Segunda Guerra Mundial en la RAF y emigró a EEUU en 1947. Desde 1953 trabaja en Princeton en el Institute for Advanced Study. El libro es una recopilación y actualización de algunos de sus ensayos más celebrados. Con una capacidad intelectual sobresaliente, coincidió con Einstein y con Oppenheimer (Director del Proyecto Manhattan), del que llega a sugerir en el libro que fue revelado de su cargo porque abogaba por desarrollar armas nucleares tácticas (disuasorias) y no grandes bombas. Dyson reconoce que el título de Sueños de Tierra y Cielo es el mismo que el de una olvidada novela de ciencia ficción de 1885, escrita por el ruso Konstantin Tsiolkovski. El ruso, que escribía ciencia ficción al estilo de Julio Verne sobre viajes espaciales y colonización del espacio, fue ignorado la mayor parte de su vida para finalmente ser venerado como el héroe soviético que predijo la exploración del espacio.
Diría que el libro es una variopinta muestra de la cosmovisión del autor, que se permite el lujo de opinar con argumentos científicos sobre todo tipo de cuestiones relacionadas con lo que está por venir. Una de las cosas más originales que hace en su libro es introducir algunas de las críticas que en su día le llegaban a sus artículos publicados, en un ejercicio de autocrítica fuera de lo común a la vez que elegante; sobre esto escribe «aprendo más de los críticos que de los aduladores». También introduce correcciones justificadas y actualizaciones a sus propias opiniones en un ejercicio de rigor destacable. Cambio climático, biotecnología, la era digital o el panorama de la propia física cuántica, más próxima a su ámbito de estudio, componen el muestreo de temas sobre los que opina. Augura, por ejemplo, que los avances en la biología y nuestra fusión con la tecnología superarán a los de la física en los próximos cincuenta años. En su opinión las computadoras no alcanzarán la supremacía como tales, sino que seguirán plegadas al servicio pero de lo que se convertirá en el ente dominante surjido de la biotecnología.
Dyson es irreverente en muchas de sus críticas y no se achanta en algunos de sus posicionamientos, como el de rebajar las catastrofistas predicciones de los algoritmos sobre el calentamiento global, a los que califica de arrojar datos negativos demasiado elevados en sus pronósticos pesimistas. Como científico que vivió la crudeza de la Guerra Mundial y que ha luchado con los dilemas morales de la destrucción masiva a través del poder de la física, es palpable en su texto la consciencia de este hombre sobre los problemas que siguen acechando a la humanidad, que como especie es incapaz de convivir sin conflictos o sin dañar el medio ambiente que la cobija. Aún así se muestra confiado en que la ciencia solvente cuantos obstáculos se nos presenten, siempre y cuando la investigación libre y la democracia siguen permitiendo un estatus de libertad suficiente. Como él mismo dice «después de haber sobrevivido a los años treinta, no puedo dejar de ser optimista».
Dado lo ecléctico que resulta el contenido del libro en cuanto a los temas que trata, pueden resultar menos interesantes algunos de sus ensayos. Lo bueno es que son independientes entre sí y se pueden ajustar a diferentes curiosidades sobre las que el lector quiere conocer más. Si alguno de los ensayos no interesa o aburre, se puede pasar al siguiente, pero la mente de Dyson produce pensamientos tan interesantes que incluso en esos momentos uno se resiste a abandonar el tema y no llegar a la conclusión final del autor.
El único punto débil, como ocurre con todos los textos que últimamente tratan de pronosticar lo que se nos viene encima, es que los humanos no dispongamos de suficientes hechos sobre los que basar conclusiones. Incluso en este punto Dyson es cauto, aunque no pueda evitar en ocasiones caer en la tentación de pecar de contundente en profetizar algunas cuestiones. Pero claro, si tienes 94 años, estás lúcido, activo y portas semejante bagaje intelectual en tu mochila, cómo no permitirse semejantes licencias.
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