La última novela de John Irving, Avenida de los misterios, es una odisea existencial. Cuenta la historia de un escritor en plena madurez – de salud castigada por las penurias sufridas en la niñez – a través de sus vivencias, jugando con un doble plano argumental de pasado y presente: exitosa vida actual – a pesar de una delicada salud – contra doloroso pasado. Irving hila las dos realidades vividas por el protagonista como si fuera un viaje, secuenciando el paso de niño a adulto, mostrando todo el universo desgarrador asociado a un entorno de orfandad, pobreza, prostitución y miseria, con la presencia  influyente de la iglesia y su vertiente más santera. El escritor protagonista fue un «niño de la basura» mexicano, que consigue salir de un entorno deprimente y miserable gracias, entre otras cosas, a una pasión desaforada por la lectura de los libros que encontraba en el vertedero. La prosa de Irving es elegante y embauca su ritmo, aunque a veces abusa en su dicotomía de universos tan opuestos -absoluta pobreza y vida acomodada – penalizando el interés. La denuncia de la dura vida padecida en la infancia se diluye en unas exageradas setecientas páginas de novela. Lo mejor: está bien desgranada, el estilo es impecable, y la yuxtaposición entre pasado y presente – con heridas imposibles de cerrar – se logra con solvencia. Lo peor: excede su intención de buscar reflexión sobre muchos temas para agitar conciencias e introduce demasiados quiebros en la trama. Una novela que – más allá de que guste – no deja indiferente porque pone de manifiesto que incluso en los escenarios más adversos las personas pueden sobreponerse, salir adelante e incluso tener éxito.