Dos años, ocho meses y veintiocho noches son exactamente mil y una noches, y con ese pequeño ardid en el título Salman Rushdie camufla un particular 2.0 de las famosas historias.

No es que su libro sea una versión del original, sino más bien una historia que en el relato y en sus escenarios evoca irremediablemente a los cuentos que Sherezade contaba cada noche a su marido el sultán Shahriar para salvar la vida. El relato de Rushdie engarza fantasía con realidad situándolo en el futuro de una civilización que ha superado los condicionantes de la fe y la religión. Mezcla criaturas míticas con temas de actualidad, la filosofía y la teología. Por momentos incluso se podría asemejar a una película de Marvel, por el modo en el que mezcla fantasía y realidad. Y como en estas películas, un enfrentamiento taquillero entre el bien y el mal. Porque la novela trata el tema de la lucha de la razón frente a la fe, entre tolerancia y dogmatismo. Rushdie incluso llega a presagiar, a través de sus personajes,  la muerte de los dioses (sean de la religión que sean), cuyos templos serán sustituidos por casinos o centros comerciales. Y todo ello con el permanente poder de la ficción, los sueños y la magia.
Hace siglos, Dunia, princesa del Peristán (mundo féerico), se enamoró de Ibn Rushd, el filósofo aristotélico y le dio una amplísima prole, cuya descendencia se distinguía por unos curiosos lóbulos de las orejas. Cuando se rompen los sellos que separan el Peristán del mundo físico y los yinns oscuros, en connivencia con el rival de Ibn Rushd, Al Ghazali, tan muerto como él, planean sembrar de miedo y caos la tierra para que los hombres conserven a sus dioses, Dunia tendrá que regresar a la tierra y hacerse cargo, junto con sus mágicos descendientes, de la amenaza.
Con esos mimbres Rushdie ambienta la novela en un moderno Nueva York, envuelto en un realismo mágico sobre el que va desplegando todo tipo de pinceladas posmodernistas, mitológicas con seres sobrenaturales tanto de la tradición oriental como la occidental,  e incluso surrealistas (aparición del dictador norcoreano Kim Jong-un inclusive) tanto en los personajes como en los devaneos de la trama. Al personaje central se le multiplican multitud de digresiones y personajes menores, exhibiendo una notable serie de registros narrativos, intercalando discursos, narraciones dentro de narraciones, mezclando lenguaje de elevado nivel cultural con el más coloquial u opiniones directas a través de sus personajes. El lector se ve atrapado en una amalgama de personajes y escenarios variopintos al servicio del autor para hablar de todos aquellos temas que le preocupan: integrismo islamista, yihadismo, sobre todo el sexo (especialmente el tema de los celos y la promiscuidad), la homosexualidad, el afán consumista de la sociedad actual, las redes sociales y la nueva forma de comunicarnos.

Un libro superpoblado de personajes y cameos, repleto de ideas y alusiones, que le permite hablar de casi todo, cambiando acentos, abriendo y cerrando debates y un empleo de la ironía muy particular. Mantiene un debate continuo entre Ibn Rusdh y el teólogo Al-Ghazali sobre la razón y la fe religiosa, y lo hace apenas evocando el mundo físico porque lo concibe lleno de rarezas y extrañezas, sin llegar a convertirlo en mitológico para dar ese punto de realidad al fondo de las cuestiones que quiere tratar con más seriedad. El propio Salman Rushdie reconoce que «esta es una historia de nuestro pasado, de una época tan remota que discutimos, a veces, si deberíamos llamarlo historia o mitología». 

El exceso de artificio mitológico en el que Salman Rushdie envuelve muchos de los temas de los que habla puede deberse a cierto miedo a cómo expresar determinados pensamientos, no sé si condicionado por los penosos años que tuvo que vivir protegido en la clandestinidad después de sus Versos satánicos. El caso es que ha escrito una novela tan difícil de clasificar en su estilo como original y compleja a la vez. Pero aunque Rushdie nos regala momentos de prosa portentosa, estos terminan siendo un pequeño oasis perdido en el inmenso collage de seres fantásticos, registros narrativos y temas actuales que despliega provocando que el relato se la vaya de las manos. Una novela excesivamente abstracta y que dista años luz de la belleza de los cuentos narrados en las mil y una noches.

Extraña y decepcionante.

 

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