“Misteriosos grupos de hombres a caballo recorren los caminos de Grecia. Los campesinos los observan con desconfianza desde sus tierras o las puertas de sus cabañas. La experiencia les ha enseñado que solo viaja la gente peligrosa: soldados, mercenarios y traficantes de esclavos (…) Campesinos, mercenarios y bandidos habrían abierto los ojos con incredulidad al saber lo que buscaban esos jinetes. Libros, buscaban libros. Era el secreto mejor guardado de la corte Egipcia. El Señor de las Dos Tierras daría la vida por conseguir todos los libros del mundo para su gran biblioteca de Alejandría”. Con fragmentos como este comienza El infinito en un junco, un bellísimo canto de amor a los libros y a la vez una inmersión en los anales de la historia humana, la de los primeros textos en los pergaminos que se elaboraban con los juncos que crecían en las riveras del río Nilo. Un ensayo narrativo, cuyo éxito de ventas recuerda (salvando las distancias) al Homo Sapiens de Harari. La autora recluta con rapidez al lector con una narrativa que recuerda lo fascinante que resulta abandonarse al placer de leer, apoyándose en un buen ejercicio de documentación. Se sumerge en la historia de los primeros textos y de la poderosa e influyente industria creada en torno al papiro confeccionado con los juncos de las riberas del río Nilo, de manera que el lector parece estar surcando los recovecos y meandros del río con una prosa serena, que invita a una lectura plácida y sosegada. Un ensayo narrativo, heterodóxo, en el que se mezcla aventura, análisis, erudición, historia e incluso referencias a películas y personajes actuales, en un intento solvente de conectar pasado y presente, una épica contra el olvido y la destrucción, a la vez que un alegato a la importancia del saber y del conocimiento en toda su amplitud. El rey de reyes, Alejandro Magno, un guerrero incansable que fue curiosamente el inspirador para crear el centro cultural más importante de la edad Antigua. Sería uno de sus generales, el iniciador de la estirpe de los Ptolomeos, reyes griegos en Egipto, con sus rollos, su biblioteca y su museo el que cumplió el sueño de la universalidad de Alejandro Magno. Allí germinaron la traducción, los géneros, la filología y las versiones de las obras según el estilo de los copistas. “En los anaqueles de Alejandría fueron abolidas las fronteras, allí convivieron, por fin en calma, las palabras de los griegos, los judíos, los egipcios, los iranios y los indios”. Vallejo mezcla con originalidad la cultura clásica antigua con la cultura popular contemporánea, en la que se mezclan personajes como Alejandro, ptolomeo, Homero, Platón, Estrabón, Julio César, Virgilio, Horacio, Cicerón, Plutarco con Nabokov, Italo Calvino, Zweig, Steven Pinterest, Joyce, Beard, etc.
Dividido en dos partes, la perteneciente a la época griega y la creación de la biblioteca de Alejandría, y la romana, en el que el poderoso imperio se valió de los esclavos griegos para reforzar la cultura literaria de sus grandes pensadores, influenciados inevitablemente por el poder del oro y de las armas, es un recomendable viaje al nacimiento de los libros de páginas, al oficio de librero, a los códices y a la raíz del pensamiento humano que, aún hoy, preserva muchas trazas, para lo bueno y lo malo, de nuestros ancestros.
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