Misteriosos grupos de hombres a caballo recorren los caminos de Grecia. Los campesinos los observan con desconfianza desde sus tierras o las puertas de sus cabañas. La experiencia les ha enseñado que solo viaja la gente peligrosa: soldados, mercenarios y traficantes de esclavos (…) Campesinos, mercenarios y bandidos habrían abierto los ojos con incredulidad al saber lo que buscaban esos jinetes. Libros, buscaban libros. Era el secreto mejor guardado de la corte Egipcia. El Señor de las Dos Tierras daría la vida por conseguir todos los libros del mundo para su gran biblioteca de Alejandría”. Con fragmentos como este comienza El infinito en un junco, un bellísimo canto de amor a los libros y a la vez una inmersión en los anales de la historia humana, la de los primeros textos en los pergaminos que se elaboraban con los juncos que crecían en las riveras del río Nilo. Un ensayo narrativo, cuyo éxito de ventas recuerda (salvando las distancias) al Homo Sapiens de Harari. La autora recluta con rapidez al lector con una narrativa que recuerda lo fascinante que resulta abandonarse al placer de leer,  apoyándose en un buen ejercicio de documentación. Se sumerge en la historia de los primeros textos y de la poderosa e influyente industria creada en torno al papiro confeccionado con los juncos de las riberas del río Nilo, de manera que el lector parece estar surcando los recovecos y meandros del río con una prosa serena, que invita a una lectura plácida y sosegada. Un ensayo narrativo, heterodóxo, en el que se mezcla aventura, análisis, erudición, historia e incluso referencias a películas y personajes actuales, en un intento solvente de conectar pasado y presente, una épica contra el olvido y la destrucción, a la vez que un alegato a la importancia del saber y del conocimiento en toda su amplitud. Seguir leyendo «El infinito en un junco»