Siguiendo la estela de autores como Paul Mason (Postcapitalismo) o  Naomi Klein (con varios de sus libros de temática similar), Utopía para realistas, del  historiador holandés Rutger Bergman, engorda la creciente lista de textos que exigen una reestructuración radical de la economía y del modo de vida capitalista. Utopía pare realistas reclama que se instauren políticas progresistas más audaces en un texto ante todo optimista, bien planteado en muchos tramos, con tres propuestas principales como son: la renta básica universal, la semana laboral de quince horas y un mundo sin fronteras. A pesar de estar aparentemente bien cimentadas en su argumentario, la sensación final es que carecen de una perspectiva más amplia o más profunda de los aspectos que critican del estatus actual económico para proponerlas como soluciones 2.0 del capitalismo. La crisis global del capitalismo de 2008 no consiguió afianzar la determinación de políticas de izquierdas que sacaran más rédito de la situación y que impulsaran un cambio de paradigma, pero la búsqueda de soluciones como las de Bergman suena definitivamente a utópicas. Quizás de ahí su contundente e intencionado título.

Bregman muestra cómo las ideas que hoy parecen escandalosas o imposibles ya las propusieron pensadores como Bertrand Rusell, Stuart Mill o Keynes, y lo que hace es revivirlas en un contexto histórico nuevo, sin miedo y con entusiasmo. Ideas que amedrentan a los políticos porque, según él, se han olvidado de la política, que es, según palabras de Bismarck, “el arte de lo posible”, y se han dedicado a la política, que es “mera gestión de problemas”, o “una competición donde lo que está en juego no son ideales sino carreras”, pues “mientras la política actúa para reafirmar el statu quo, la política se libera de todo vínculo”, pero sobre todo (ahí estaremos la mayoría de acuerdo) porque temen espantar, con ideas novedosas, a sus posibles votantes, porque ya sabemos que los políticos y su abnegado afán de servicio a la comunidad esconden siempre el deseo de perpetuidad en el cargo. Bergman se mueve bien en la aparente contradicción (volvemos a lo del sugerente título): como historiador, acude a la historia para dar lecciones de cómo afrontar determinados asuntos, pero las lecciones no se sustentan del todo con los hechos a los que le gusta acudir, no diría que tergiversa, pero los usa sesgadamente para apuntalar sus propuestas. El libro está bien escrito, de una manera sencilla pero con rigor expositivo, incluso ingenioso en muchos tramos, pero esa contradicción aparentemente intencionada, lastra al lector bien informado. Su intención de convencernos de que una alternativa a lo que tenemos es alcanzable mediante ideas visionarias totalmente plausibles, resulta seductora pero no deja de ser una bonita ensoñación si abrimos el discurso al rigor y no solo nos fijamos en los aspectos positivos de la balanza.

Los pasos utópicos son necesarios para seguir avanzando como sociedad y para que podamos usarlos como marcadores del paso en el progreso humano, siempre y cuando no se conviertan en reaccionarios que conlleven a la frustración y a la confrontación.