Alan y Martha forma parte de la trilogía biográfica que el dibujante y guionista Emmanuel Guibert hace de su amigo norteamericano Alan Ingram Cope. Alan no fue una persona extraordinaria en su trayectoria -si bien vivió acontecimientos relevantes como participar en la II Guerra Mundial- por lo que el secreto de la serie se debe a que su historia vital rebosa costumbrismo y familiaridad. Cuando Alan confesó que su primer amor de infancia marcó el resto de su vida, animó a Guibert a contar la historia de un hombre que «solía hablar con detalle lo que la mayoría calla, porque la gente no da importancia a las pequeñas cosas del día a día, que es en realidad el fondo de la existencia».
La narración de la vida de Alan es una cálida y nostálgica mirada al pasado que embriagará al lector por los paralelismos que pueda establecer con sus propias vivencias. No se cuenta nada en particular y a la vez se cuenta toda una vida, mediante esbozos y reflejos de una cotidianidad que atrapa desde el primer momento. Un tierno primer amor de infancia que arrincona todo lo demás, que permanece como un poso invariable de los mejores momentos de una vida por encima de las tragedias que toca, irremediablemente, sufrir en algún momento.
Esta vez el escenario es la California de los años treinta, después de la Gran Depresión. Alan -el protagonista- conoce en la escuela a Martha, que se convertirá en su mejor amiga de infancia y su primer amor adolescente -no correspondido-. Mediante la descripción de los juegos y travesuras de infancia -similares a los de cualquier lector de mediana edad- el autor introduce la realidad del momento, en el que se contraponen las diferencias de clase social; la familia de Adan sufrió las consecuencias de la crisis, pero la de Martha no. Guibert consigue transmitir en pocos dibujos que la felicidad radica en las cosas más sencillas, por encima de cualquier circunstancia socioeconómica y familiar. Es la temprana pérdida de la madre de Alan -y la posterior prohibición de su madrastra de seguir viendo a Martha- la que cimenta la ruptura de una amistad que ninguno de los protagonistas olvidará el resto de su vida; el libro incluye hacia el final algún extracto de las entrañables cartas que, ya de ancianos, se dirigieron Alan y Martha para retomar el contacto y contarse cómo habían discurrido sus respectivas vidas.
La mayoría de las ilustraciones son a doble página, en ocasiones con una precisión casi fotorrealista. Atrapa la belleza cálida, nostálgica y melancólica que las envuelve . La narración se realiza en «off», con breves frases en las viñetas, otorgando protagonismo al dibujo, que se complementa perfectamente con el breve texto -preciso y conciso- para transmitir con sorprendente efecto pasajes y vivencias. Parece que estuvieras ojeando un albúm de fotos, emotivo y embriagador por momentos.
Un cómic que nos recuerda que las cosas en la vida están destinadas a cambiar, para bien o para mal, que no es inusual detenerse por el camino y conocer gente que marcará la existencia y que por más que uno planifique y avance, los recuerdos permanecen y sirven para encontrarse a uno mismo cuando las cosas se tuercen.
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