El crack de 2008 reveló que el capitalismo sin reglas es el peor enemigo del capitalismo, pero también que somos incapaces de concebir alternativas. Vivimos obsesionados por la creación de riqueza, no como elemento generador de bienestar individual y colectivo, sino como una carrera ambiciosa por el lucro personal, donde el poder adquisitivo subyace en el fondo de nuestra vida cotidiana como objetivo primario. Mundo financiero y empresas se alimentan de esta necesidad que nos autoimponemos, y son tan ingeniosos en la variedad de sus señuelos que, antes o después, consiguen atrapar incluso a precavidos y prudentes.

Phish es un término acuñado en 1996 que el Oxford English Dictionary usa para definir «un fraude en Internet con el fin de obtener información personal de individuos, especialmente mediante la suplantación de una compañía reputada; participar en fraude o línea mediante la «pesca» engañosa de información personal». En inglés tiene la misma fonética que el verbo pescar, por lo que el juego de palabras sirve a los premios Nobel de Economía, George Akerlof y Robert J. Shiller, como punto de inicio en La economía de la manipulación, libro en el que intentan sacar a la luz «los anzuelos» que se nos lanzan diariamente para que piquemos y consumamos productos, los necesitemos o no. Nuestro impulso consumista provoca que un porcentaje muy elevado de la población se vaya a la cama preocupado por cómo pagar sus facturas, y hasta las personas más precavidas bajan la guardia del control de gasto en determinados momentos de la vida. Bautizos, bodas, cumpleaños, celebración de ascensos o funerales, relajan la cautela presupuestaria, y cuando de hacer compras caras se trata, como una vivienda o un coche, alinea a gastosos y austeros, haciéndonos a todos proclives a pagar demasiado. Estos escenarios no se producen por una maldad generalizada de los empresarios, sino porque las presiones competitivas del mercado actual llevan a premiar comportamientos poco escrupulosos para sobrevivir, pero no olvidemos que somos nosotros mismos los que hemos creado, y alimentamos, esta forma de vida.

Akerlof y Shiller nutren el libro de multitud de ejemplos sectoriales que revelan las prácticas engañosas de las que somos víctima, y sin duda que el  mensaje central del libro invita a la reflexión. El problema es que no hacen un análisis sistemático del fenómeno, por lo que no estamos ante un estudio de «la economía de la manipulación y el engaño», si acaso asistimos a la ejemplificación de prácticas de phising en un determinado número de industrias. Al lector le queda claro que hay un montón de gente desagradable practicando el phising, pero no se sabe por qué ocurre en unos lugares o sectores con más asiduidad que en otros, o qué se podría hacer para detener su práctica. A pesar de la relevancia de los autores, y de que ellos mismos admiten que han tenido un equipo de trabajo colaborando con ellos en la concepción del texto desde 2010, el libro decepciona cuando nos alejamos de la invitación a reflexionar sobre el asunto y uno pretende enterarse de cuáles son las causas. Los autores cubren un gran número de temas, desde la publicidad engañosa al fraude en los mercados de bonos basura, estafa inmobiliaria, la industria del tabaco, las tarjetas de crédito o la manipulación política, pero ni existe un hilo argumental consistente que lleve a conclusiones generalizadas que nos permitan actuar sobre el problema, ni entran en profundidad en los ejemplos que ellos mismos usan para denunciar la manipulación a la que estamos sometidos. Revelar las prácticas de looby en política, la manipulación engañosa de la industria farmaceútica, o cómo nos timan en el mercado hipotecario, son tan aplastantemente familiares en sus argumentos que ya no despiertan ni indignación ni sonrojo, así de habituados y resignados estamos a que nos traten.

El libro de Akerlof y Shiller sabe a poco, y más después de su exitoso Animals Spirits. Es un texto que aburre desde el principio, comenzado con un lenguaje demasiado técnico,  y para cuando lo remedian pasada la primera parte, ya es demasiado tarde. El compendio de ejemplos que usan, y la superficialidad con lo que los tratan, parece más propio de un trabajo de máster de sus alumnos que de ellos mismos.

Interesante la propuesta, pero insuficiente para dos tipos de su prestigio.

 

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