La gran brecha es una recopilación de artículos escritos en los últimos siete años por el nobel de economía (2001) y ex-jefe del Banco Mundial, Joseph Stiglitz.
Hace tiempo que Stiglitz viene denunciando los desequilibrios que la crisis ha provocado en la sociedad mundial, centrando la mayor parte de sus escritos en analizar las tremendas diferencias entre clases que se han abierto en EEUU. La recopilación pretende precisamente destacar aquellos que por su contenido tocan, más o menos específicamente, el tema de la desigualdad. En su opinión el mundo se dirige a una democracia que está «más cerca del sistema de un dólar un voto, que una persona un voto».
Aunque Stiglitz se declara una especie de camarada del economista marxista Piketty en su denuncia contra la desigualdad creciente, la colección de artículos dista mucho del contundente El Capital escrito por el francés, un profundo y polémico tratado sobre la desigualdad de clases que bucea aguas arriba de la historia humana para analizar exhaustivamente el por qué hemos llegado a crear la gran brecha que separa a los ricos del resto. En el caso de Stiglitz la lectura es mucho más amable y viable para el gran público que El Capital, con seguridad solo apto para un determinado perfil de economistas, académicos y estudiosos de la materia.
Los artículos de Stiglitz están escritos en diferentes épocas de la dura crisis mundial desatada en 2008 y de la que aún no hemos salido completamente, lo que le ha permitido ir expresando sus teorias e inquietudes en función del pulso de cada momento. Intenta hilar los diferentes escritos para darles un sentido conjunto alrededor del tema de la desigualdad creciente de la sociedad. En mi opinión la recopilación es una continuación natural de su famoso ensayo Occupy y el lema somos el 99%, en el que denunciaba que un 1% de la población mundial acapara todo el capital y consecuentemente el poder económico en el mundo.
A la hora de buscar causas y señalar culpables en crear la brecha que se ha abierto entre las clases, culpa contundentemente a la crisis financiera de 2008, a los banqueros y a la regularización, y en el caso de EEUU especialmente a George Bush y los políticos. Habla de las dimensiones de la desigualdad, como Piketty, pero sin entrar de lleno. Explica las causas y consecuencias de la misma en EEUU y la mala influencia de la política americana para terminar saltando al otro lado del mundo, a China y Japón, y explicar las bondades y penurias de las economías de ambos gigantes y sus influencias en la zona. Por supuesto afirma que vio venir la crisis (raro es el economista de prestigio que no lo hace), y cierto es que en uno de los artículos de 2007 ya advertía de las consecuencias que tendrían los préstamos subprime, el recorte de impuestos a los ricos, las bajas tasas de interés, la guerra de Irak y las políticas de Bush.
Stiglitz se llega a contradecir en algunos momentos, cuando reconoce que la desigualdad se ha reducido en los últimos 30 años a la vez que denuncia que el eslogan del sueño americano se ha convertido en un mito, al pintar exageradamente un país en el que sólo los ricos tienen bienestar y dónde los pobres no tienen la menor oportunidad de prosperar, como si fueran de Somalía (por mencionar un país en las antípodas de EEUU en cuanto a posibilidades de cualquier tipo) dónde es prácticamente imposible escapar de esa condición. Me sorprende que alabe a China como un modelo a seguir aplaudiendo de arriba abajo la gestión económica del país. Desconozco la realidad económica de China más allá de sus impresionantes tasas de crecimiento, pero sí lo imprescindible para saber que el abrazo parcial del libre mercado al estilo occidental está generando también a ricos cada vez más ricos y plasmando una brecha con los más pobres de similares proporciones a los EEUU. Como también me sorprende que critique con dureza el ahorro a corto y medio plazo (justifica hacerlo a largo plazo por el tema de la jubilación) única vía para muchas personas con una mínima capacidad de ahorrar, de asegurarse un colchón de seguridad dada la inestabilidad que nos invade; su argumento simplista es «el dinero que se ahorra es un dinero que no se gasta».
Se posiciona políticamente al distorsionar intencionadamente el capitalismo, demonizándolo y ensalzando al socialismo como corriente que se preocupa de las personas, atacando de paso con dureza a los bancos. En otros pasajes sin embargo llega a criticar al socialismo chino de ser poco socialista. Ataca la falta de proteccionismo en algunas políticas americanas y sin embargo ensalza por ejemplo el proteccionismo cultural francés. Y finalmente termina por contradecirse también en su concepción de desigualdad. Aplica la ecuación desigualdad=injusticia, pero no entra en ningún momento a justificar cuál es en su opinión el camino que le lleva a tal afirmación, para terminar justificándola diciendo que en realidad sólo le parece mal cuando es extrema.
A finales de Noviembre asistí a una conferencia del prestigioso economista Luis Garicano dónde razonaba que el problema en conseguir rebajar la igualdad era precisamente que nos empeñamos demasiado en buscar la igualdad. Y aunque pueda parecer lo mismo, esa sutil diferencia de percepción puede ser la clave del éxito. Aunque no viene al caso, un ejemplo sobre esa diferencia de concebir la desigualdad lo tenemos en la educación pública española: estamos empeñados en bajar el listón al nivel del menos capaz o motivado precisamente por esa obsesión de buscar la igualdad. Si cambiamos la percepción y buscamos reducir la desigualdad en lugar de empeñarnos en la igualdad, probablemente fomentaríamos a los alumnos sobresalientes y a los que más ganas tienen de estudiar para buscar la excelencia, de paso motivaríamos a los que menos ganas tienen y siempre reforzando a los que menos capacidad natural tienen. Sin embargo la búsqueda de igualdad imperante en el sistema educativo fomenta paradójicamente que pierdan interés los que destacan porque comprueban que el sistema está ideado para que con la ley del mínimo esfuerzo se superen los cursos.
A pesar de los vaivenes del señor Stiglitz, creo que es un texto recomendable para aquellos que no hayan leído con anterioridad nada de este economista. Para sus habituales nada nuevo, si acaso decepción en algunas de sus recetas, y cierta dosis de cinismo cuando critica con vehemencia a la élite social y a los ricos cuando,y sin conocer sus finanzas personales, él forma parte en cierto modo de la misma.
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