Es probable que aquel que coordina o lidera algún tipo de grupo u organización se haya cuestionado alguna vez a sí mismo si es un buen jefe, pero ¿se considera un «superjefe»? Si acudimos a la tan socorrida memoria de Steve Jobs admitiremos que fue un líder icónico, pero ¿era un buen jefe?, es decir ¿realmente nos hubiera gustado trabajar para él? Si nos abstraemos del simbolismo de Apple como marca y empresa, de la propia figura de Jobs y nos ceñimos a la pregunta en sí, tenerlo como jefe directo, alguien al que reportar y dar cuenta de tu trabajo cotidiano, quizás no concederíamos un sí inmediato como respuesta, porque Jobs era alguien capaz de humillarte en público si no entendías sus ideas o no compartías su punto de vista; arrastró fama de ser coercitivo en sus maneras y en cierto modo de infringir miedo a los subordinados.
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