¿Quién gobierna el mundo?, si nos hacemos esa pregunta es casi inevitable adoptar la convicción de que los actores que rigen los asuntos mundiales son los estados, especialmente las grandes potencias. Pero si elevamos nuestro nivel de abstracción puede ser engañoso, porque más allá de las complejas estructuras internas de cualquier gobierno, las decisiones y el liderazgo político son grupúsculos de concentración de poder de unos pocos que suelen marginar a la población en general. En el mejor de los casos en los estados democráticos se nos llama a las urnas periódicamente, pero los líderes elegidos rara vez se dejan llevar por los intereses de los votantes en sus decisiones. Conglomerados empresariales multinacionales, grandes instituciones financieras -y en muchas ocasiones las ambiciones personales de un amplio espectro político- han concentrado la riqueza y el poder en menos manos.
Noam Chomsky es el incómodo profesor de filosofía del MIT que más hurga en todas las atrocidades y equivocaciones en las que los poderosos, especialmente EEUU, incurren sin oposición en su carrera por dominar el mundo. La Unión Europea, China o Rusia tratan de equilibrar una balanza de poder hegemonizada por EEUU, pero a duras penas consiguen frenar la influencia de las acciones y decisiones del país norteamericano.
La Unión Europea, uno de los acontecimientos más prometedores del período posterior a la Segunda Guerra Mundial y actualmente tambaleándose debido al duro efecto de las políticas de austeridad y el problema de la inmigración procedente de Oriente y África, ha socavado la toma de decisiones a la burocracia de Bruselas, que para colmo rara vez consigue poner de acuerdo a los estados miembros en cuestiones de política exterior.
China vuelca su lado más aperturista debido al rodillo imparable del capitalismo, incrustado en sus entrañas cada vez más, por mucho que el partido comunista trate de apuntalarlo como puede. Eso la obliga a intentar tener más influencia en el mundo exportando poderosas empresas chinas al amparo de sus costes productivos inferiores, atemorizando a otras grandes economías por la invasión de productos y servicios más competitivos en precio (aunque aún no en calidad).
Rusia trata de hacerse notar, pero creo que más por pataleos escenificados en polémicas acciones políticas que realmente por poseer una economía a la altura de los otros grandes actores.
Dicho todo esto, en el libro se podría decir que Chomsky obvia prácticamente a los mencionados, pasando de puntillas sobre las influencias de unos u otros porque realmente se centra en demostrar que el imperialista y aspirante a dominador incontestable del mundo es el país americano. Chomsky, el más reputado grano en el culo que le ha salido al afán imperialista estadounidense, se empeña en señalar -apoyado siempre en un ejercicio de documentación aplastante- las meteduras de pata y las violaciones de la ley internacional que EEUU impulsa o lleva a cabo, que han ido logrando crear mayor inseguridad que aquella que se padeció en tiempos de la Guerra Fría. Como recuerda el autor » lejos ha quedado el año en que un incuestionado Abraham Lincoln consiguió la prohibición del asesinato en el derecho internacional, con su enérgica proclama de 1863 contra lo que él llamó “bandolerismo internacional” impropio de naciones civilizadas«.
Chomsky desgrana las estrategias que movilizan a las fuerzas privilegiadas estadounidenses a salvaguardar a toda costa los intereses de Washington y de los gigantes empresariales nacionales. No deja puntada sin hilo y repasa todo el panorama actual con teatros en conflicto, especialmente el palestino-israelí, el negacionismo estadounidense del cambio climático, el terrorismo yihadista o los conflictos con Rusia y Ucrania.Trata los asuntos de historia sin tapujos, se podrá estar de acuerdo o no con sus conclusiones, pero sus argumentaciones son contrastadas y permiten al lector permanecer atento a lo que realmente ocurre en el mundo con una visión muy diferente a la que se ofrece en las noticias a diario, esforzándose por mostrar la mano invisible del poder que mueve los hilos.
Chomsky hace afirmaciones cargadas de ironía como que «Los árabes matan civiles a propósito (aunque ahora es cierto con el ISIS), EEUU e Israel, como son sociedades democráticas, no pretenden hacerlo, sino que suelen ser víctimas colaterales, por lo que moralmente no puede ser calificadas con el mismo grado de depravación«.
Su apunte sobre la reversión de los valores de la subjetiva moralidad americana e inglesa puede resultar también polémica. Para ingleses y americanos el intelectual no anglosajón será considerado como tal si sus ideales se corresponden con los valores defendidos por el imperio. Así por ejemplo, un iraní será considerado un valiente disidente si critica al régimen, pero será despojando de toda categoría intelectual si no es así y defiende a las instituciones religiosas.
O cuando el discurso anglosajón de llámese Bush, Obama, Trump o Tony Blair, dice que el mundo apoya la decisión de bombardear un determinado objetivo -el que sea- «ese mundo» es en realidad Washington y Londres. El mundo de verdad, la gente (otra cosa son los gobiernos), suele mostrar poco apoyo a las decisiones bélicas.
Un libro polémico, interesante, revelador y que además puede resultar inquietante.
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