En pleno duelo por los inocentes asesinados en los atentados de París resulta difícil reflexionar sobre qué motivos impulsan a los terroristas a perpetrar estas acciones bajo el paraguas de una determinada creencia religiosa. En relación a lo incomprensible que resulta para la inmensa mayoría,  traigo al blog la novela gráfica El Atentado, publicada este 2015,  que trata la búsqueda de argumentos que conducen a una persona a inmolarse.

En estos últimos meses de 2015 es portada de las noticias de todo el mundo el rebrote de violencia en el perenne conflicto palestino-israelí. Una ola de ataques con arma blanca de palestinos a judíos en Jerusalén ha provocado que la policia inunde las calles, y guardas privados y  arcos detectores de metales regresen a las puertas de los centros comerciales, en una ciudad que vive un nuevo clima de inseguridad similar al de las épocas de las dos Intifadas (1987-1991 y 2000-2005). La tercera Intifada viene anunciándose hace tiempo, especialmente cuando hay rebrotes violentos como el actual. No es fácil definir qué es una Intifada, palabra árabe que significa rebelión o levantamiento. Se puede decir que empieza con una rebelión espontánea, pero no se cataloga como tal hasta que alguien se hace cargo de su conducción, algo que de momento no ha sucedido.

El Atentado es una magnífica adaptación gráfica de la novela de Yasmina Khadra, pseudónimo de Mohammed Moulessehoul cuyas novelas han sido traducidas en más de 45 países con gran aceptación de público y crítica, que ha llegado a catalogar algunas de ellas «libro del año».

Moulessehoul es un argelino educado bajo la disciplina militar que tuvo que empezar a escribir bajo pseudónimo para eludir la férrea censura de su país. Aproximarse a su literatura a través de esta adaptación es muy cómodo para quién no haya leído nada de Yasmina Khadra. En El Atentado da muestras de ser un profundo conocedor de la realidad musulmana, especialmente en su vertiente más violenta, ya que el mismo combatió el islamismo radical durante la guerra interna del estado argelino con los integristas en la década de los 90.

La historia de El Atentado cuenta como Amin Jaafari, un reputado cirujano árabe-israelí de origen palestino que vive y trabaja en Tel Aviv y es modelo de integración en un país asediado por el odio entre ambas comunidades, descubre mientras atiende a las víctimas de un brutal atentado suicida que entre los muertos se encuentra su propia esposa, y que todo apunta a que ella ha sido la terrorista. Al rechazo absoluto de esta evidencia se añade el desmoronamiento psicológico y humano del protagonista y de todas sus convicciones, que hacían de su vida hasta ese momento una especie de oasís pacífico en la confictiva región. Se convierte en víctima colateral al ser repudiado por los que hasta entonces eran sus amigos y compañeros, incapaz de comprender las razones que han hecho que su mujer perpetrara la barbarie. Se lanza en una desesperada búsqueda de culpables en los movimientos religiosos de su otrora comunidad palestina, buscando los fanáticos inductores del suicidio  y acercándose así a las facciones que luchan por la causa palestina. Un viaje sin retorno en la búsqueda de respuestas que exculpen la decisión de su mujer.

El trabajo de adaptación es magnífico, tanto del guionista Loïc Dauvillier como del ilustrador Glen Chapron. Dauvillier consigue trasladar la novela al estilo propio de un formato gráfico, sintetizándola sin perder profunidad narrativa y con unos diálogos que mantienen la tensión de la historia.  Se apoya en las expresivas imágenes de las viñetas de Chapron, que sin usar un dibujo preciosista consigue transmitir en todo momento el paisaje físico y emocional del conflicto. Ambos consiguen acelerar el ritmo de la historia a medida que el protagonista se adentra más en el corazón del movimiento, en una huida hacia ninguna parte preso por la frustración de no haber sospechado nunca de las intenciones de su esposa.

Una tragedia que pone de relieve la situación en la que está enquistado el conflicto, con unos y otros sin poder escapar de su destino. Una constatación del drama de esta zona del mundo, donde ambos bandos son víctimas del fanatismo que alimenta permanentemente el rencor que deriva en violencia. El aparente distanciamiento de esa realidad conseguido por el cirujano como individuo, choca de bruces con el hecho de no haber sido nunca compartido (en secreto) por su esposa, víctima de esa ecuación de rencor, odio y violencia y que toma la terrible decisión de actúar en defensa de su pueblo.

Cada vez que las cosas andan mal por allí, y casi siempre andan mal, aparece el temor de un levantamiento más violento que el anterior. En la primera Intifada, las armas palestinas eran piedras y palos, y la respuesta israelí fueron piernas y brazos rotos. En la segunda, los palestinos pusieron coches bomba y comandos suicidas, y recibieron aviones, tanques y misiles. En la tercera, si es que esto es el germen de una tercera, los palestinos atacan con cuchillos o lo que tengan a mano a los israelíes que circulan por las calles, y estos responden a tiro limpio. Como siempre es una lucha desigual.  Una lucha y una sinrazón a la que esperemos que, más pronto que tarde, se le encuentre una solución pacífica.

 

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