Recuerdo haber escuchado a Fernando Savater decir en una entrevista (no me acuerdo del medio ni de hace cuanto) que estamos demasiados obsesionados con la gente que no lee, que habría que preocuparse más por la gente que vive mal porque no tiene para sobrevivir. Sin embargo en su Aquí viven leones muestra su faceta más divulgativa, al repasar brevemente las biografías de algunos de sus escritores fetiche, con la intención implícita de fomentar la lectura de sus obras.
Lo hace desde una perspectiva original porque Savater se interesa primordialmente por el entorno en el que vivieron, y en el libro bordea los hogares, las guaridas y las trincheras desde las que escribieron autores como Shakespeare, Valle Inclán, Stefan Zweig, Edgar Allan Poe, Flaubert, Giacomo Leopardi, Alfonso Reyes y Agatha Christie. Una aproximación muy personal a estos ocho escritores, basando los parámetros de elección de los mismos en sus predilecciones por encima de otras consideraciones. Un libro lleno de doloroso simbolismo personal, ya que fue escrito junto a su mujer, Sara Torres, recientemente fallecida.
Savater y Torres ponen el foco en los sitios donde vivieron estos escritores, los paisajes que veían, los objetos que tocaban, los amoríos y amores que tuvieron, qué acontecimientos los hicieron dichosos o desdichados, extrayendo una radiografía del entorno que habitaron. Trazan un recorrido de su vida pero sin ser una biografía al uso, más bien una búsqueda de la geografía vital de la literatura de cada uno, tratando de desenmascarar qué cosas los inspiraban a su alrededor. Se palpa el arduo trabajo de documentación de Sara Torres, y Savater filtra con acierto los datos aportando su prosa y estilo en lo esencial de lo que quiere describir. Con muchos de los datos juega a intuir situaciones e incluso anécdotas que les pudieron ocurrir a estos escritores, fantaseando con cómo debieron comportarse en algunos de aquellos lugares y las vivencias que tuvieron. Y es esa licencia para imaginar en el relato de los lugares y la cotidianidad de los mismos lo que engancha, por más que uno no tenga el menor interés en algunos de ellos, al fin y al cabo las preferencias literarias como tantas cosas son muy particulares. En mi caso, salvo Stefan Zweig y alguna obra de Shakespeare y Agatha Christie en la adolescencia ninguno de los demás lucen en mi biblioteca o han despertado en el pasado mi interés.
Reconozco cierta debilidad por la prosa de este filósofo y humanista, no siempre por sus ideas, porque ambas cosas (la prosa y las ideas) las tiene de todos los colores. Pero sus escritos no dejan indiferente y te remueven a pensar y reflexionar. En esta ocasión su objetivo es muy sencillo, involucrarte en ese cuadro costumbrista que envolvió a los autores seleccionados, a pesar que para entender sus obras no es imprescindible conocer su vida o los lugares que habitó. Sin darte cuenta consigue despertar la curiosidad por leer las obras de aquellos de los que nunca te planteaste abrir ni la cubierta de alguna de sus obras. Se aprecia en el texto el disfrute personal de Savater y su mujer al emprender este viaje, y lo mejor es que logra plasmar esa pasión en el texto, como el amigo que te relata un viaje con tal entusiasmo y detalle que te despierta el gusanillo de imitarlo, copiándole si es posible, hasta las mismas vivencias contadas. Y es que por momentos parece un libro de literatura de viajes.
Nadie pone en duda que el paisaje urbano o natural donde ha vivido un escritor marca necesariamente su obra, aunque a menudo no sea explícito. Pero igual de indudable es que para quien ha leído al autor, también el paisaje donde transcurrió su vida y creó su obra está sellado por esa sombra tutelar. No podemos recorrer la estepa manchega y ver a lo lejos un molino o pasar junto a una ventana sin evocar a don Quijote y por tanto a Cervantes; el barrio de Palermo o los arrabales de Buenos Aires no son iguales para los amantes de Borges que para los demás, y pasear en Londres por Bloomsbury no es sencillamente hacer turismo sino recorrer páginas inolvidables de la literatura inglesa contemporánea, a poco que uno haya leído a Virgina Woolf y Lytton Strachey. ¿Fetichismo? Pues adelante con el fetichismo, que también es una forma de amor. O mejor dicho, cualquier amor – balbuciente o sublime- siempre es una forma de fetichismo.
Deja una respuesta