En los años posteriores a la Gran Depresión, Arthur Sackler cimentó las bases de lo que sería un imperio en torno a la industria farmacéutica. Médico de gran reputación, brillante editor de revistas médicas y un hábil experto en marketing, tuvo una vida fascinante que bien podría parecer un guion de Hollywood. Implantó las técnicas de marketing y publicidad agresiva en la industria farmacéutica y la práctica medicinal, tuvo tres esposas, se convirtió en un ávido coleccionista de arte asiático y llegó a negociar en secreto con el Museo Metropolitan de NYC para almacenar sus obras en una de las alas del museo de forma gratuita. Contribuyó, además, con ingentes cantidades de dinero en todo tipo de actividades filantrópicas y se codeó con lo mejor de la alta sociedad y la clase política norteamericana. Su reputación y su fortuna alcanzaron cotas extraordinarias: bajo su influencia, el medicamento Vallium hizo que su familia se convirtiera en millonaria. Serían sus herederos (sobrinos, principalmente) y una avaricia infinita los que convertirían a la familia en una especie del clan de la droga, al más puro estilo del mexicano Chapo Guzmán o el célebre colombiano Escobar, con la diferencia de que los Sackler se hicieron inmensamente ricos de manera legal: comercializando y explotando agresivamente y de manera indiscriminada el medicamento Oxycontin. Unos 500.000 estadounidenses han muerto por sobredosis relacionadas con los opiáceos desde 1999 y millones más se han vuelto adictos. No todos pueden cargarse en las espaldas de la familia Sackler, pero sí muchos de ellos. Al promover el uso indiscriminado del Oxycontin a través de su empresa Purdue Pharma, se instauró el paradigma bajo el que los médicos comenzaron a recetar de manera rutinaria potentes narcóticos para todo tipo de dolencias menores o sin importancia, siendo, como son, fuertemente adictivos. En el proceso, los Sackler se hicieron fabulosamente ricos: 13.000 millones de dólares de fortuna. Seguir leyendo «El imperio del dolor»