En España cualquiera con más de cuarenta años recuerda de su adolescencia los viajes a la segunda residencia, ya fuera al pueblo o la playa, porque durante muchos años el sueño de toda familia española era poseer una segunda vivienda. No es que ahora no sea parte de la ambición familiar pero, crisis económica aparte y sus consecuentes limitaciones presupuestarias para adquirir y consumir bienes de cualquier tipo, hoy en día la mejora sustancial de las comunicaciones y la globalidad nos alinea en tendencias de todo tipo, entre ellas el modo de aprovechar nuestras vacaciones. Ahora nos gusta viajar y cambiar con frecuencia de lugar vacacional.

El fenómeno de la segunda residencia es algo que se dio fundamentalmente en España y que difícilmente se encuentra en otros lugares de Europa. La clase media más pudiente solía preferir el apartamento en la costa, pero había muchas familias que levantaban una casa en su pueblo natal. En esa época, el esfuerzo de ahorro y sacrificio familiar lograba hacer realidad el sueño de la segunda vivienda, al contrario que ahora, donde ya se ha perdido la relación directa entre el salario y el capital. Adquirir una primera vivienda es ya un esfuerzo titánico para la inmensa mayoría. En aquella época, los padres se convertían en arquitectos, albañiles, fontaneros y electricistas y el resto de miembros de la familia ayudaban acarreando ladrillos, materiales o pintando la fachada.

La Casa cuenta la historia de tres hermanos que deciden vender la casa de campo donde su padre, Antonio, había vivido desde que enviudó. Su única ocupación había sido mantener la casa en condiciones y entretenerse con labores agrícolas en el pequeño terreno circundante, siempre con el deseo de reunir de vez en cuando a los hijos aunque fuera por pocos días. Pasado un año desde la muerte de Antonio, la casa ha sufrido algunos desperfectos fruto de la dejadez, lo que obliga a los hermanos a pasar unos días allí, reparando y acondicionando el lugar para su posible venta. La estancia en la casa, rodeados de recuerdos y reunidos por primera vez en mucho tiempo, empuja a los hermanos a rememorar sus vivencias allí junto a su padre.

Paco Roca homenajea en esta novela gráfica a su padre fallecido, e independientemente de la relación que cada cual tenga o haya tenido con sus padres, logra que cualquier lector pueda sentirse identificado con muchas de las situaciones que se describen. Paco Roca hace que las viñetas transpiren realismo, no por el preciosismo del dibujo sino por el contenido del que las impregna, repletas de costumbrismo que nos evocan a nuestros propios recuerdos de la época; simplemente muchas de las situaciones que describe, desde cualquier chapuza en la casa hasta los quehaceres cotidianos en el jardín, destilan familiaridad. La atmósfera que invade el relato y las relaciones fraternales y conyugales que se describen transportan a vivencias parecidas. Los objetos con los que viste la casa y las situaciones están atados a los recuerdos de los personajes y a su vez nos atan a través de ellos a nuestro particular imaginario de la época. La casa simboliza el momento en el que muchos padres sienten la soledad de los hijos que ya no conviven en el día a día con ellos, de la relación distante que se adquiere por el modo de vida que llevamos, que no acomoda agendas ni en tiempo de vacaciones para llenar, como antaño, de vida el hogar.

La Casa es una lectura serena y emocional,  reflexiva sobre todas aquellas cosas que padres e hijos se pierden cuando se alcanza la edad adulta. Porque cuando los hijos se marchan para hacer su propia vida y una vez que los padres faltan, se alimenta el arrepentimiento por no haberlas hecho o dicho.

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